2.2.23

Túrdulos

 


| túrdulo, la


1. adj. Dicho de una persona: De un pueblo hispánico prerromano que habitó en las zonas llanas de las actuales provincias de Córdoba y Jaén, y el interior de las de Cádiz, Málaga y Granada, y también en otras regiones de la península ibérica, como Sierra Morena o la costa de Portugal. U. t. c. s.


2. adj. turdetano. Apl. a pers., u. t. c. s.


3. adj. Perteneciente o relativo a los túrdulos.




Hubo un tiempo en que me encantaba la palabra bonancible. La usaba en cuanto podía. Para lo que me gustaba, la usaba poco. Había situaciones en las que, sin venir a cuento, la sacaba, la aireaba, la exponía a la consideración de quienes me escuchaban, laxa a veces esa atención, quizá por cómoda inercia. Hay palabras que hablan del que las dice más que una frase o un parlamento entero. Te puedes tirar el día entero hablando sobre los desahucios o sobre la inmortalidad, blandiendo argumentos de fuste, sin que te hagan ni puñetero caso, pero ah si dices bonancible. En el momento en que la palabra escapa de su jaula y se iza en el aire como un arresto de campanas todo el mundo se queda mirándote y algunos, los más osados, los más sensibles también, la repetirán sin estruendo, como si fuese la primera vez que la escuchan. Lo hermoso de las palabras está en que ensamblan bien entre ellas. Es su amoroso oficio. Si no calzan, ladran. Si desafinan, duelen. Hay palabras de un estruendo insoportable que, movidas de campo, adquieren un melifluo pulso de junco al que el viento mece y engalana. También al contrario: palabras de una deliciosa sonancia, de las que sustancian lo más dulce y sereno y apacible, que se embrutecen y afean si son reproducidas sin esmero, cosidas a otras con las que no congenian. Me regaló ayer mi amigo Pedro del Espino “túrdulo” y ahí ando, entrado en faena, por ver si la estampo en una conversación, pero no veo trama en la que vestirla. Ayer fue inasequible el empeño. 


Hay palabras que en ocasiones aparecen en tu cabeza de improviso y no hay manera de apartarlas. La de ayer mía fue alboronía, perdóneseme la forzada rima, que viene a ser un guisado de berenjena, tomate, pimiento y calabaza. No sabiendo bien dónde calzarla, me obstiné en traer otra que ocupara su lugar y pudiera ser usada a propósito, bien ajustada a otras, cumpliendo su labor, ayudando a que las demás cumplan la suya. En parte uno no es responsable de lo que dice. Irrumpen palabras que no cuadran o incluso no convienen. La alboronía es una invasión léxica amable e inocente, no trasciende, no peligra el orden de la conversación, ni su propósito. A modo de relevo, querríamos que quien la escuchara la hiciera propia y la difundiese. Por no arruinar su periplo léxico, por darle nombradía y prestigio. Berlanga no perdía ocasión de meter la palabra “austrohúngaro” en sus películas. Son promesas fáciles de cumplir,, las más de las veces, deudas intimas, compromisos privados que salda uno a veces airosamente. 


Hay palabras que convocan a otras y las hay también de un apresto plano, canjeables y grises, magras en adherencias. Desazón, que acabo de escuchar, es una que inclina el ánimo al desaliento. Podría decirse a la reversa, pero hasta la sutura de las sílabas obra su pequeño milagro fonético y patológico. El mismo cuerpo se infunde de lo que el lenguaje vaticina. Hay palabras de una sonoridad o de un significado que intimidan; dan desazón, causan malestar. El mero hecho de que se escuchen ya las extraen del contexto en que se tramaron y logran una autoridad propia, al margen de la rutina de su uso, hasta de su anestesiada vocación de relleno, de palabra arrimada a otra. La de túrdulo barrunta otras, también cogidas en el acervo semántico glorioso de nuestra gloriosa lengua española, que es un tesoro inagotable. No hay día en que alguna no bulla adentro, produciendo una especie de jaleo extremadamente adictivo. Se tiene a la recién incorporada una dedicación que tal vez debiera prestarse a otras, que circulan sin que de verdad se le extraiga todo su poder metafórico o fonético. Las metáforas, si se pronuncian con música, llegan más lejos, adquieren un brillo más claro.


Hay palabras que deberían tener más relevancia de la que se les da. Algunas derraman oro, noble propósito, veneno grato, indolentemente administrado. Hay palabras que dicen más de uno mismo que parlamentos enteros. Por eso las pronunciamos con una especie de pudor. Como si revelasen de nosotros lo que no conviene. Como si abrieran un secreto o dejasen todas las puertas del alma abiertas y dejásemos que la realidad las rebasase. Palabras que tutelamos como tesoros. Quizá no tengamos otros. Somos las palabras con las que descerrajamos el himen fiero de lo real, que no se sabe bien qué es. Como cuando de niño descubres un juego y lo conviertes en el centro del mundo. Así son las palabras. Las hay que te poseen y hacen que todo gire alrededor de ellas. Sucede, aunque no te percates. El poeta tiene conciencia de las palabras. Sabe qué peajes exigen, conoce el veneno dulce que apresan. La vida duele, las palabras duelen, pero alivian, sanan, hacen que el trayecto sea vivido. Esto ya lo habré escrito antes.   Voy a lo de túrdulo. 

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