1.2.23

La vida privada

 No sé quién dijo que llevamos tres vidas: una pública, una privada y una secreta. Se suele conceder este orden, probablemente sea el que interese, puestos a convivir con los demás y cumplir con lo establecido, con las leyes que marcan el camino, con una idea de la moral que busca la cohesión y el bien común. De esa, de la pública, no tengo mucho que decir. Quizá por ser pública, por explícita. La privada es cosa mía, dicho eso con cierta prudencia. Tener una vida privada (o deberíamos decir una vida privada satisfactoria) hace que la pública sea llevadera, en más o menos medida. Es de la otra, de la secreta, de la que se me ocurren más preguntas, la que más me inquieta o me perturba; también la que en ocasiones me satisface más. Por callada, por obstinada, por exigente. La vida secreta negocia la existencia de las otras dos. La sombra, lo oscuro, hace que la luz triunfe. La literatura, cierto tipo de ella, cubre la parte de vida secreta que no realizamos con completa satisfacción. Nos lo censura la vida pública o incluso la privada. Se nos dice qué debemos hacer, qué no. Hasta se nos advierte de las inconveniencias (algunas insoslayables) de acometer la práctica de alguna de las cosas con las que soñamos y que nuestra vida secreta estaría encantada de hacer. La vida secreta tiene incluso una especie de aureola épica. La trama de lo que hacemos de ella hasta parece que ni nos pertenece del todo. Como si fuese otro el que la ejecuta, como si no fuese incumbencia nuestra. De las vidas secretas vienen, en tromba a veces, las demás. De no haberla, de no tener ese rato en el que nadie sabe lo que haces, donde ni siquiera tú vislumbras el propósito de tus actos, se malogran las otras dos. El apetito por lo clandestino, por lo que no entra en lo ortodoxo, por lo que nos hace ser otro (siendo él mismo) es parte de esa naturaleza en ocasiones irracional que tenemos. No sé que parte de esa vida secreta mía es la que más enteramente me agrada. Supongo que la de escribir es una de ellas. Hay otras, se colige que hay otras. Quién no tiene una vida secreta, me pregunto. Ay del que no la tenga y todo sea evidente y nada quede a consideración exclusivamente suya. Quizá anden ahí los sueños para contribuir a que la tenga quien no tenga el perfil correcto. Todo lo que está lo suficientemente visto no asombra, dejó escrito Vicente Aleixandre. Pues eso. Hay que improvisar, hay que ir más adelante, hay que probar, hay que escabullirse y ver qué hay y cómo nos sienta. Cada uno aplica el cuento a su manera. Mi amigo K. se transforma leyendo novela negra. Es otro, de verdad. Hasta se le endurece el gesto. Sale de él la fiera que no acostumbra a mostrar. Hasta le da un aire a James Cagney. Lo juro. Yo no sé a quién doy aire cuando estoy aplicado a mis vicios. A lo mejor es cuando mi rostro refleja verdaderamente lo que soy. 

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