20.9.20

Las moscas tenaces y la escritura febril

Cuanto más se adiestra uno en el arte de fingir más acaba aceptando lo que finge. Se produce un efecto perverso, una especie de adherencia entre lo impostado y lo sentido: la creencia de que nada nos es enteramente ajeno y vamos del pensar ajeno al nuestro con la misma facilidad con la que una mosca se desplaza en un plato de espetos a pie de playa, no sé por qué se me ha ocurrido lo de las moscas, pero no voy a echar atrás y las voy a dejar, no vaya a ser que luego las eche en falta y no sepa el porqué de esa censura narrativa. Se tiene la costumbre de no revisar, quizá por proseguir en el runrún de la improvisación, en ese loco correr como temiendo que volver la mirada haga que tropecemos o perdamos el ritmo o el propósito de la carrera. No creo haber fingido nunca al escribir: hay un préstamo legítimo, el que se hace de otro que anda adentro de uno y no es en realidad propiedad nuestra, como una especie de visita con la que de pronto entablamos una conversación o ella hace un sobrevenido monólogo contra el que no podemos hacer nada y las palabras fluyen (ahora están fluyendo, las oigo ir y venir, siento que me rondan sin que pueda ejercer un gobierno sobre ellas) y no se sabe bien al lugar al que se dirigen o si dirán algo útil o ni siquiera si es la utilidad lo que de verdad saldrá en limpio. Por eso no es fingir. Porque todo nos incumbe. Incluso las moscas atareadas en su danza sin brújula, enfebrecidas por el olor que desprenden las sardinas en el plato. 

1 comentario:

eli mendez dijo...

si la escritura no nos sirve para expresar aquello que sentimos o necesitamos dejar salir en ese momento, dejaría de tener sentido.. Cuando buscamos complacer a otros o adherir a ciertas técnicas para supuestamente escribir mejor o bien seguir con algo que esta de moda o que gusta mas( a los otros) dejamos nuestra esencia de lado.(opinión personal, obvio). Saludos!

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