7.10.19
Palabras que no sabremos
Si no hay paños de por medio, la palabra tundir y la palabra palo van de la mano, se entienden. Leí algo sobre un hombre que fue tundido a palos. Me incomodó la imagen, me perturbó el hecho de que un ser humano apalee a otro, pero sentí un gustillo fantástico al escuchar el verbo tundir. Hay palabras de las que no se tienen noticias recientes, a las que no se les concede aprecio ajeno y no se escuchan o que uno aparta, por temor a que no se comprendan o no cuadren en lo contado y que, sin embargo, una vez soltadas, confortan, dan ese placer que sólo está al alcance de quien ama el lenguaje. No se le ama, no al menos como antaño. He escuchado a gente mayor utilizando palabras de una hermosura inasequible a cualquier jovenzuelo con títulos, incluso leído y sensible. De uno de esos abuelillos recibí el regalo de la palabra embolicar o embolicarse, vocablo de uso más extendido en Murcia y en Aragón (eso dice el diccionario) y que no es infrecuente en Andalucía. El sentido de ese embolicarse era cercano al original de embrollar o de enredar, hasta envolver. Venía a contar el apasionamiento que un muchacho tenía a las maquinitas. "Está embolicao", sentenció el anciano. No he vuelto a escucharla y no tengo la seguridad que vuelva a hacerlo. Se perderán si no se usan, no hay mucho que añadir a esa reflexión. Pienso en la de palabras que ya no usamos y sólo están a disposición de lexicógrafos o de curiosos o de nostálgicos. Me he embolicado, ya se ve. La moribundia de las palabras es responsabilidad nuestra, que rehusamos su manejo y las apartamos, apestadas, dueños de su destino. Es así, somos dueños de lo que decimos. Para bien o para mal, las palabras son pertenencia nuestra, ocupación interesada o desinteresada. Nos embolicamos con ellos o las tundimos a palos hasta que las acoge el olvido y se pierden como aquellas lágrimas en la lluvia, en fin...
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