17.4.19

Si no es más bello que el silencio

Uno tiene siempre su visión de los hechos, cree que es la que más cuenta o no piensa que las otras la aparten. Conforme crece se aferra a su visión, la adora en la intimidad, la mima incluso, hace de ella su casa, la reserva a ojos extraños por si no es capaz de defenderla, por si flaquea la coraza que se le aplica, por si marra en su desempeño, así que se esmera en su cuidado, se informa, se afana en informarse, concluye que sigue siendo la única visión posible. Todo lo que lee, lo que escucha, confirma que es la correcta, las que le inquietan, las versiones peligrosas, no las considera, no deja que ocupen mucho tiempo en su cabeza, por si descabalgan a la buena, a la gran visión de los hechos, la que ha ido amasando pacientemente desde que se le ocurrió, no se acuerda cuándo, no sabe cómo, pero es la suya, lo que tiene para enfrentarse al mundo, es la teoría del búnker. Uno tiene su propio búnker, no hay nadie que no haya construido uno, quien diga que no lo ha hecho es que miente; se miente a veces porque la verdad es escandalosa o porque la verdad no es admisible. En la mentira el tiempo fluye de otra manera. Las mentiras son los ladrillos del búnker, pero adentro está la verdad inconmovible, la gran verdad forjada a través de los años, contra los vientos y contra las mareas, frente al rigor de las estaciones y frente al caos de las leyes de los hombres; no se puede salir a la calle y zafarse de todos los peligros que ahí acechan sin tener la seguridad de que al volver a casa tendremos un refugio en el que guarecernos. La idea de los países proviene de que los hemos imaginado como si fuesen búnkers, refugios, cápsulas, los hay más estrictos, los hay más benignos. El búnker es una extensión lógica de la visión única de los hechos, el búnker es un país dentro de un país al que no se desea pertenecer o al que no le tenemos afecto o del que huimos o uno que creemos que nos persigue o que nos hiere o que no nos tiene en consideración, de ahí la construcción del búnker y no es sólo el miedo, también es la sensación de una intimidad, de sentirse protegido. El búnker es el útero materno al que se vuelve siempre, la gran vagina cariñosa, el túnel por el que accedemos a la música secreta del cosmos, pero afuera el mundo gira, suda, sangra, muere y nace en un mismo espasmo. Es tu casa y no tienes que agenciarte otra, no hace falta que construyas otra.
K. me dijo anoche que hay mentiras que se repiten una vez y otra vez y muchas veces. Se dicen en el convencimiento fingido de que acabarán haciendo asiento, en la convicción de que los demás, cuando las escuchen, las tasarán y darán timbre, hasta cabe tener noticia de ellas por terceros y sintamos la luminaria de la duda, sin la certeza de la verdad que poseen. Ganan lustre cuando se cuenta con ellas y no con las otras, las cartesianas, las que pueden verificarse y darles curso de verdad. Porque la verdad está sobrevalorada. Mentir es un acto creativo. La honestidad es un valor a la baja, no se premia, hasta se censura a beneficio de quien la urde. Quien la escucha no tiene las más de las veces la facultad de corroborarlas. En el extremo, pues los hay, las hace suyas y las difunde de modo que no dirime si le pertenecen como propias o están sobrevenidas, incrustadas entre las otras cosas, copiando de ellas su textura y su sintaxis; es así, no es de otra manera. Lo ético, lo estético y lo religioso no pueden ser manifestado a través del lenguaje: el verdadero texto de esas disciplinas está por escribir y cuando alguien lo acometa dejará en ese instante de tener validez ontológica alguna, así lo dejó escrito Wittgenstein en su Tractatus Philosophicus. En el discurrir diario, Wittgenstein no es útil. en el otro, en el privado y trascendente, es imprescindible: podemos vivir sin metafísica, pero la verdadera vida es metafísica pura, podemos hablar y podemos escribir pero nada de cuanto hablemos o escribamos posee trazo alguna de veracidad. Lo escrito o lo dicho puede ser hermoso o puede ser práctico, pero carece por completo de verdad, todo se confía así a la especulación, todo está por confirmar, finalmente nada podrá ser confirmado del todo. Vivimos en esas briznas de realidad asequibles y dóciles, de ahí que el lenguaje sea falible, de ahí que la realidad sea ilusoria. Nada puede ser expresado. En ese hilo de las cosas, no hay disciplina más honrada que la literatura, ella sabe cómo desempeñar su oficio. Escribir es consignar un acta notarial de esa debilidad, un inventario en el que se constate la naturaleza mágica (quiero decir mística o sobrenatural) de los acontecimientos, pero ni siquiera esa restitución de lo vivido consuela. No hay amarre a veces, ni confianza. Todo es frágil, todo es eventual. Tal vez convenga dejar de escribir, por ver si en ese nuevo desempeño la vida se entiende mejor, se vive mejor. Me dice K. que le escuche. Que nunca lo hago.

1 comentario:

Pepe Voltaire dijo...

Uf, hay que imprimirse esto.

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