5.9.18

El buen soldado


                                             (Fotografía: Emilio Calvo de Mora, Budapest)

Se tiene una idea equivocada sobre la intendencia del soldado, se cree que es fácil cumplir lo ordenado, no salirse del plan que otros urden, adentrarse en la aventura de la obediencia, no discrepar, no pensar en si lo encomendado no tienes ni pies ni cabeza o si, bien al contrario, es un prodigio maquinado por una inteligencia absoluta. Lo malo de que te aposten en una garita no es que no puedes pestañear o rascarte la oreja o abortar con el alma misma una tos sobrevenida o un estornudo imposible de interrumpir. Lo malo de que se te encomiende esa vigilancia (más protocolaria que operativa) es la completa toma de conciencia contigo mismo. De pronto adquieres nociones de tu circunstancia personal que antes ni siquiera vislumbrabas. No mover un músculo, ninguno de los visibles, facilita mover los músculos que no se ven. Tal vez el soldado de esta garita de un edificio administrativo (lindante a un castillo en cuyo dominio se erige una imponente catedral) piense en dejar la milicia (es un honor hacer esa guardia, nos dijeron) o en ver la manera de escalafonar y conseguir un puesto de verdadero mando, no sé ahora exactamente cuál, hace mucho que hice el servicio militar y uno va perdiendo a conveniencia la memoria. Fascina su pose estatuaria, su absoluta entrega al papel que se le ha otorgado. Conforme el mundo avanza y se desquicia, más fascina aún. No sé si es cosa de otros tiempos lo de las guardias. Su fin, avisar sobre la inminencia de un ataque, ha dejado de tener sentido. El enemigo está en casa a veces, a espaldas del buen soldado. El enemigo, cuando se pone grosero y le da por atacar, no lo hace a pecho descubierto, siendo visto, sino ladina y ocultadamente. Tampoco podría nuestro servicial hombre hacer mucho si el ataque es masivo y las hordas bárbaras (el enemigo siempre es el bárbaro) asedian a cara de perro el edificio. Queda, en fin, en artículo de bisutería turística, en recuerdo de una época, en souvenir para que se le puedan hacer fotografías. Sigue insistiendo en la dificultad del desempeño de este oficio. Estar ahí solo contigo mismo, qué difícil debe ser.


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Un aforismo antes del almuerzo

 Leve tumulto el de la sangre, aunque dure una vida entera su tráfago invisible.