4.12.17

Un pie con un zapato que aprieta hace buena literatura

Las realidades improbables son las que más se disfrutan, pero siempre tiene que haber una brizna de verosimilitud, un asidero al que aferrar la credulidad y no dejarse caer sin más. La literatura es el asidero idílico y la realidad improbable que nos rinde, sea la que fuere, es la más disfrutable. Se trata de que la cosa impostada, la que se impone a lo real, no malogre la posibilidad de que la trama se desbarate al deslizar un elemento fantástico, un recurso narrativo que luego sea incómodo y sobre el que penda toda el equilibrio de la mentira. Porque siempre andamos mintiendo. Incluso cuando decimos la verdad, en el momento en que relatamos prolijamente lo que pasó, sin el concurso de la ficción, estamos incurriendo en una falsedad o estamos manipulando lo que sabemos, tal vez inconscientemente, pero al final lo que cuenta es lo que se lee o lo que se cuenta, de modo que no hay manera de que algo sea escrito o sea contado, siempre está ahí la invención, contaminándolo todo. Por eso las realidades probables, las que podemos reconocer inmediatamente, por familiares, por íntimas incluso, todas las cosas que hemos sentido como verdaderas, no son las que más convienen. Hace falta mentir. En el depósito de lo falso, de lo que no se ajusta a la realidad, está también esa realidad a la que se da de lado. Uno miente porque lo verídico no satisface con el mismo entusiasmo con el que lo hace lo fantaseado. 
Uno puede levantarse bien temprano, mirarse al espejo y echar mano de lo que sabe, de cuanto ha inferido a lo visto o de lo que se le ha dicho y no ha dudado. Podemos decir o no: 
Me llamo Emilio Calvo de Mora Villar, nací en 1966 en Córdoba, no tengo hermanos, mis padres son mayores y empieza a flaquearles la salud, tengo una mujer, un hijo y una hija, trabajo como maestro de inglés, tengo un blog, he publicado tres libros, he mantenido una columna en un periódico, bebo cerveza, escucho jazz, veo cine negro, leo poesía, me dejo la barba antes de navidad desde hace treinta años y me pelo al cero en verano, no tengo perro, ni conduzco ni tengo deseo de hacerlo, leo la prensa a diario, adoro las barras de los bares, me pierdo en el campo, sé apreciar el talento ajeno, procuro afinar el mío, tengo facilidad para disculparme, sostengo la idea de que no hay otra vida después de ésta, cuido a mis amigos y dejo que me cuiden también, no conduzco, nunca he hecho deporte alegremente, jamás he montado a caballo, tampoco soy de cartas en las sobremesas entre amigos, sufro con el mal que devasta al mundo, fumo con moderación, a veces incluso sin ella, no sé usar un taladro, nunca me ha preocupado la bolsa, tengo una saludable vida amorosa, me alegra que los míos medren en lo que hacen, prosperen, exhiban esa alegría sin pudor y la compartan, creo en la política a pesar de todo, me gusta escribir en los bares, me aterra la idea de que Trump sea reelegido o que el asunto catalán se enquiste en la prensa y en la calle. 
No decir nada de esto. Ni dónde naciste ni si te gustan las mujeres que leen a Kavafis. Estar en el mundo sin que nada tuyo sea relevante ni haga que los demás te observen o te traten o te juzguen conforme a eso que saben. Estaría bien que pudiéramos descubrirnos a diario. Hemos perdido la conquista de los otros. Sabemos que tenemos una mujer o un marido, padres, hijos, amigos, compañeros de trabajo, compadres de farra o esos conocidos, de los que nada sabemos, con los que nos cruzamos todos los días, yendo o viniendo a la escuela, saliendo del supermercado o tirando la basura en los contenedores. Pero no podemos dejar de ser lo que somos. Yo soy para muchos el que escribe en un blog o el que enseña inglés o el que habla con entusiasmo del cine que ha visto o el que camina con sus cascos pequeñitos de iPhone cuando camino solo. Soy lo que a veces dejo que se sepa de mí y, en otras ocasiones, lo que se cuela sin que yo lo autorice, lo que se manifiesta sin gobierno mío. Quizá sea ése el que finalmente triunfe, quién sabe. No importa, en todo caso. 
Luego está el otro, el de adentro, el que anda emboscado en otros asuntos. Está el descreído, el despistado, el feliz a destajo o el infeliz con intermitencias. Uno que miente con absoluta convicción en lo que escribe. A fuerza de escribir tanto, de contar lo que no existe, se tiene cierta inclinación a mentir. El otro día me descubrí en un desliz que no era tal. Dije algo que no era cierto. Supongo que no seré el único. Era la realidad improbable venciendo a la previsible. Era la ficción con su vértigo y con su fiebre apartando fieramente a la realidad. Era el deseo como un caos ganando terreno a las evidencias. No sé todavía el alcance de ese despropósito. Fui el primero, imagino, en advertirlo. No se me reprendió, ni se me anotó la falta. No es grave mentir. Lo es si uno lo hace porque no tiene nada mejor con lo que recabar la atención de los demás. En ese sentido, la literatura es una enorme mentira. Es lo improbable sobre lo fehaciente, pero siempre tiene que haber una brizna de veracidad. Se trata de que el engaño no sea tan enorme que invalide todo lo demás y no deje que la trama avance y los detalles, que son los importantes, lo que luego trasciende cuando la lectura ha terminado, prosperen. De todo lo que leemos solo nos quedamos con detalles, con escenas sueltas de un todo que se va perdiendo irremediablemente. Quedan palabras sueltas incluso, diálogos no siempre bien hilvanados. Y el ingenio recurre a la invención para completar las partes dañadas. Lo que no recordamos se cubre con lo que incorporamos para que no se vea el roto.
No debería decirse: 
Me llamo Juan Alberto Pérez Huertas, nací en 1976 en Toledo, tengo cuatro hermanos, mis padres murieron no hace mucho, los mató el cáncer, mi mujer me dejó por esa época, ahora anda con un instructor de yoga al que saca veinte años, tengo un hijo, está metido en cosas que no entiendo, lee prensa deportiva, mira sin que se note mucho los culos de las mozas cuando pasan, me habla poco y a veces me habla mal, suelo salir de paseo al campo, paseo y pienso, casi nunca llego a ninguna conclusión satisfactoria, luego cojo el coche y vuelvo a la ciudad, me paro en un estación de servicio, me tomó un café bien cargado y hojeo las revistas dominicales o el As, el As me dice que Cristiano Ronaldo está en baja forma, es un profesional como pocos, se cuida mucho y luego eso se nota en el campo, yo no me cuido, hace mucho que no me cuido, en realidad no me hace falta cuidarme, trabajo en una oficina, estoy sentado frente a un ordenador diez horas al día, como en treinta minutos, el bar de comidas caseras es limpio y no es caro, tienen una buena cerveza de grifo, allí conocí a Mónica, me habla con afecto, me mima en cierto sentido, cuando me sirve el postre me dice siempre algo que no tendría que decirme, Mónica es guapa y tuvo que ser muy guapa hace veinte años, me cuenta que está sola, que su pareja va y viene, no tiene padres, murieron de cáncer también, deberíamos vivir en un mundo sin enfermedades, le digo, pero no me escucha, hace falta algo más para que se fije en mí, debo tener una cara muy triste, yo siempre tengo la cara triste, Juan Alberto Pérez Huertas, el triste, el que no tiene esposa, el que vive solo, no es mucho, la verdad, ahora no me preocupa tanto, pero cuando Verónica se fue entré en una depresión severa, pastillas, sesiones con un psicólogo amigo de mi cuñado, no comía, no adecentaba la casa, no cuidaba mi higiene, me llamaron la atención en la empresa, Alberto, hueles como un cochino, tómate mañana el día libre y ven el martes como dios manda, te la juegas, no está la cosa para rollos depresivos, a todo el mundo le deja la mujer o el marido o se le mueren de cáncer los padres o se enamoran de la chica que le pone los postres en un bar de comidas caseras, son cosas que pasan, el mundo gira, el mundo siempre está girando, no nos mira ni a ti ni a mí, va a lo suyo, mueren reyes y nacen putas, llueve como si no lo hubiese hecho nunca y deja de llover como si no hubiese llovido jamás, dios está arriba, vigilando a su manera, el cabrón vigila de pena, dios no es atento con sus criaturas, debería vigilar su trabajo, deberíamos hacer un club de ateos, no como los que suele haber, el nuestro sería un club reivindicativo, ojalá dios existiese y fuese bueno y nos librara de indeseables y de cazurros y de gente pendenciera, viviríamos de puta madre, Juan Alberto, tú no estarías hecho polvo por lo de Verónica, tu hijo no estaría por ahí, perdido, haciendo la revolución con el dinero de su padre, metido en temas raros, ya sabes qué digo con lo de temas raros,  no me mires mal, es que lo vi el otro día y tenía una pinta muy extraña, andaba con otros que no iban mejores, no sé en qué anda metido, pero yo debo contártelo, Juan Alberto, por eso es mejor que mañana no vengas, te quedas en casa, ordenas tu cabeza, arreglas el piso, limpias los platos, seguro que tienes la cocina hecha un desastre, compras un poco de fruta, déjate de platos precocinados, dañan tu alma también, mi mujer decía que los males del mundo los fabrican en la industria de los platos precocinados, cuando mi mujer se fue con su hermana a un viaje a Santo Domingo y yo tuve que quedarme de Rodríguez viví todo eso que dices, me entra una depre severa, no sabía qué hacer, no tenía nada en el frigorífico, le dije que no se preocupara, que se fuese y disfrutase, yo me apañaría en el comedor de la empresa, pero luego me arrepentí, es muy triste comer solo, en un bar, en un comedor de una empresa, te pregunta todo el mundo, qué te pasa, Andrés, por qué comes aquí, tú nunca comes en la empresa, y debes contarles que tu mujer y su hermana se han ido a Santo Domingo, ya sabes, te dicen que a qué han ido, que si los chorbos en el Caribe la tienen así de grande, todo es muy patético, triste y patético, lo mejor es quedarse en casa, no tener que escuchar a nadie, pones la televisión y ves las noticias, los muertos de los terremotos y los parados del gobierno, los goles de Cristiano Ronaldo y la últimas películas que puedes descargarte con el torrent, puedes dormir en el sillón, ya recogerás los platos, esta noche los recojo, esta noche seguro, pero los días van pasando y se va acumulando el trabajo que no has hecho, y un día volvió Ana María con su hermana, abrió la puerta y me vio con barba de una semana, oliendo a cochino, el piso era un desastre, no te puedes ni imaginar, botellas de vodka, bolsas de doritos, latas de cerveza, Diogenes estaría contento conmigo, me dio un ultimátum, dijo que se iba al Zara a comprar unos trapos, que en tres horas estaba de vuelta y quería verlo todo como los mismos chorros del oro, así que dejó la maleta en la entrada y cogió el ascensor a la cochera, se montó en el bmw y tiró de american express un poquito más, las mujeres son adorables, Juan Alberto, pero tienen esas cosas, mandan, mandan y mandan, no hay manera de que no manden, incluso cuando no mandan, cuando parecen que están atentas a nuestras cosas y se avienen a lo que decimos, están mandando, mandan sibilinamente, deberían dedicarse a escribir y dar rienda suelta a esa manera de mandar, a los personajes se les manda bien, uno hace con ellos lo que quiere, los lleva a callejones oscuros, hace que los maten o que los hieran muy gravemente, si uno es bueno, todos los escritores son buenos en el fondo, no buscan el mal asi como así, buscan un mal suavizado, el que admiten hacia sus adentros, leí una vez una novela en la que el autor mataba al protagonista en la segunda página, pero se tiraba las otras doscientas contando la historia del muerto, dónde nació, qué le hizo delinquir, cómo birlaba a la ley, en fin, tú ya sabes, bueno, creo que mañana no vienes, Juan Alberto, te tomas el día libre, vendrás mejor, no lo dudes, sé de lo que hablo, llama a Mónica, la de los postres, dile que la invitas a un té en casa, antes de eso la limpias un poquito, que no sepa a la primera que eres un auténtico cerdo, eso debe descubrirlo después de que te la hayas tirado, ya sabes, tienes que decirme si está buena Mónica, a mí me gustan entradas en carnes, con buenas ubres, que haya donde perder las manos, ay, Juan Alberto, vamos a dejar de hablar, que me estoy poniendo como un toro, lo dicho, nos vemos, tú hazme caso, los amigos estamos para estas cosas, cuídate, por favor, vuelve entero, te estamos esperando, yo lo hice, ahora soy feliz y tengo el fútbol completo en vodafone
En lo que no es cierto hay más verdad incluso. En la ficción está el mecanismo que hace que la verdad se sostenga y tenga sus predicamentos sociales. No hacemos caso de quien miente, no le aceptamos en nuestro círculo de amigos, no le confiamos nuestras cosas ni le pedimos que nos aconseje cuando tenemos un problema. Al que miente se le aparta. Es el apestado, el que hiere, el que no merece ninguna atención ni aprecio, pero en cambio buscamos a los apestados en las historias que leemos. No queremos gente como Emilio Calvo de Mora Villar, tan previsible en todo, que profesa aficiones compartidas por tantos y que ejerce sus oficios, los de hijo, padre, esposo, amigo, maestro, con un empeño cartesiano, pero de poco fuste narrativo. No se puede sacar nada relevante de una vida a la que no le calzamos una horma más ancha o más estrecha, pero nunca la suya. El pie tiene que ir incómodo para que se de cuenta de las travesuras del camino. 
No debería decirse, y sin embargo decimos, y queremos saber más. A lo que nos inclinamos es a ser fisgones a tiempo completo. Lo que nos gusta es que la vida de los otros se nos muestre. Da igual que sea de modo íntegro, sin guardar nada, o que algo se nos reserve, con la esperanza de que nuestra sagacidad la desvele. No sabemos nada, y sin embargo queremos saber más: No me hiciste caso, Juan Alberto, tuvimos que tomar medidas, yo hablé con la jefa, le dije que estabas pasando por una mala racha, le conté lo de tu mujer, lo de Mónica me lo callé, luego me cuentas si te la tiraste o no, lo que importa es que te han largado, han pensado que no estás cualificado, no porque no sepas desempeñar tu trabajo, cuántos años llevas, diez años, no, once, eso es una vida entera, pero últimamente te has abandonado, tío, has caído y te has dejado caer, yo creo que incluso te ha gustado la caída, no me dirás que no se vive bien en la indigencia moral, sin pensar en qué comer o a qué amigos llamar, dándote lo mismo si tu hijo se estrella con una moto o si saca cum laude en la facultad, llega un momento en que mueres, aunque estés vivo, Juan Alberto, tú notas que tu corazón late, aprecias cómo te crece la barba, te duele el costado al subir las escaleras y tienes dolor de cabeza por las noche, un zombi registrado por el fisco incluso, un zombi al que no le importa nada, un zombi de segunda, porque los zombis que yo he visto en las películas, los que andan lento y tienen jirones de piel y se le ven los huesos, los huesos rojos, solo piensan en alimentarse, curiosamente solo piensan en seguir muertos, fíjate lo que digo, pero tú te has apartado de las cosas buenas de la vida y ahora estás ahí, en el limbo, en tierra de nadie, y ahora cuéntame si te tiraste a Mónica, cabrón.

1 comentario:

Capitán Smith. dijo...

Magnífico.Un placer leerte.

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