3.8.17

No sabiendo cómo llamarlo, le diré plegaria

Dice K. que hay un dios para cada roto. A lo que uno aspira es a que sea cierto. Que a poco que flaquee el espíritu haya una divinidad que lo conforte. Que en cuanto se venga abajo el cuerpo esté ahí también para restañarlo. De verdad que yo no pondría objeción a esa contención del alma. Se la trata tan mal, se la zahiere tanto. Al alma hay que procurarle siempre las atenciones mejores. No hace falta ver con los ojos, no es preciso contarlo todo y pesarlo, encontrarle el ángulo y estabularlo. La fe consiste en dejar que las metáforas guíen tu vida. Hay personas que no permiten que nada extraordinario los conduzca por las calles y les hable al oído y, al cerrar el día, los acueste y les lleve de la mano al sueño. No es de religión de lo que hablo. La creencia en algo superior que no comprendemos tiene y no tiene lazos con la religión con la que hemos crecido, estamos cerca de ella o la arrojemos lejos, como si apestase. No sé si tengo una vida después de ésta, pero no importaría andar por ahí convencido de que la hay, exhibiendo a cada momento mi esperanza en la vida eterna, poniendo todo por mi parte en la salvación de mi espíritu y, de camino, en la del ajeno que se me ponga a tiro. K. cree firmemente en que estamos aquí para algo. Que no puede ser solo el vacío final lo que lo cierre todo. Si fuese el vacío, me confiesa, sería la existencia más triste. Por otro lado, le cuento yo, vivir sabiendo que no hay más también es bueno. K. ha caído en la cuenta de lo maravilloso que es sentirse escuchado. Quizá por eso reza cuando encuentra ocasión. Lo hace de un modo que yo no conocía: entabla un diálogo profundo con la divinidad, la pone en aprietos, la concierne en lo suyo y, por último, la conmina a que medie en la fatalidad que lo devasta. No sé si ése es el camino, K. Rezar se me antoja a mí otra cosa, no eso que haces, le digo mientras paseamos. Yo no rezo porque no encuentro placer en hacerlo. No será por no haberlo intentado. No será por no insistir al modo en que lo hacen los demás, viendo cómo se reclinan, de qué devota manera exponen su cuerpo a la voluntad a la que elevan sus plegaria. La propia palabra plegaria me produce zozobra, K. El que reza tiene el crédito que no posee el que no lo hace. Seguimos en un mundo que adora al creyente. En el silencio del que cree hay a veces más honduras que en el silencio del pagano, de quien no consigna creencia alguna y va de otra manera, aquí o allá, sin ahondar, sin la metafísica. Es un mundo éste al que la metafísica lo está sublimando y lo está embarrando. La metafísica eleva o aplasta. Construye catedrales o alienta guerras. Será quizá imposible borrar a Dios del libro que es el mundo. Como si ya viniese en el pack. El mundo junto con un dios o con muchos, según al gusto de quienes los inventan. Se constata la brutalidad del hallazgo moral y también la dulzura, la bendita dulzura dirán algunos, de un Dios tutelando el viaje, consintiendo los errores, conduciendo el alma desde el vacío primero hasta el colmado último, donde nos avituallen para lo que venga después. K. dice que está ahí dios para el roto. Que se lo coserá. Yo voy con lo que me va llegando. Cualquier día me pongo serio y veo lo que no todavía no se me ha entregado. Y en ningún momento he caído en la gratuidad, inútil a mi entender, de dejar aquí nada consignado sobre la iglesia. No entra en estas consideraciones. De hecho son un asunto aparte. De haber un dios no creo que se entretenga en buscarse agentes espirituales. Seguro que no sabrían explicar nada. Seguro que lo emborronarían todo y lo convertirían en una historia de fantasmas y de resurrecciones. 

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