30.6.16

Como en Roma

Hoy he leído que en la Antigua Roma los dioses eran verdaderos para la plebe, falsos para el filósofo y útiles para el político. No creo que hoy podamos pensar en dioses como los romanos. Sin embargo, nada o muy poco ha cambiado dos mil años más tarde. Sólo el plural adjudicado a la divinidad. Se venera un solo dios verdadero, da igual de qué religión sea. En lo demás, en lo que piensa el pueblo (la plebe es una acuñación semántica de rudo trasfondo; tampoco cuadra grey, que es una acepción de más fuste literario o de homilia) o los filósofos o los políticos, no se advierte que haya mudanza. Los políticos (ay) continúan amañando adhesiones, pactando acuerdos (menos aquí, menos ahora) o haciendo pragmática pura (demagogia, no podemos cambiar nada). Los romanos de antaño no han perdido actualidad. No se apuñala a nadie por la espalda, pero las puñaladas son los titulares de la prensa diaria. Los filósofos están, los pobres, desprestigiados. Son los políticos los que los apartan, quienes ven qué peligro tienen sus discursos en las aulas, con qué poca y hermosa mecha se puede prender el fuego de la inteligencia en el pueblo. No sé si quedan teólogos. Creo que hay uno por persona. Todos somos teólogos, aunque no lo sepamos. Hablamos a favor o en contra de la divinidad, pero no hay quien la soslaye, quien la aparte. Creo también que estamos todavía en la Antigua Roma. Nada ha pasado en dos mil años. Todo es un paradójico bucle.

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Un aforismo antes del almuerzo

 Leve tumulto el de la sangre, aunque dure una vida entera su tráfago invisible.