Uno cree que puede con casi todo, pero la realidad malogra esa fe, la convierte en deseo, en indicador de lo que anhelamos, pero hay una edad en la que es posible jugar cerca de un caballo muerto. Se integra el caballo al juego y el atrezzo es más eficiente. No hay circunstancia que no se pueda administrar lúdicamente. Lo malo es cómo manejamos después la memoria. Vas creciendo con la idea de que un caballo muerto fue compañero de tus juegos. Te haces adulto con el miedo de que aparezca.
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5 comentarios:
El mundo que refleja esta fotografía ¡qué lejano queda! Pero a la vez ¡qué magnético que es. La vida era más intensa, más desafiante, más peligrosa, mucho más peligrosa. Un mundo en que se vivía en la realidad y no en la virtualidad, un mundo tal vez sin antibióticos, con escuelas precarias. con trabajo infantil, con vida en la calle, con muerte en el barrio. Puede que el caballo muerto fuera compañero de tus juegos, pero la vida era dura, cruel. Como ahora pero en otro sentido. Ahora tenemos otros caballos muertos en nuestras calles aunque no parezcan estremecernos como este que los niños ven con indiferencia.
La infancia se acomoda a todo. Pero lo describes muy bien: esos niños serán adultos y entonces habrá que asimilar esta imagen. Un abrazo.
Me he acordado de mis juegos juveniles. A falta de caballos muertos, apedreábamos gatos. No es cosa ahora de poner aquí mi pericia en ese acto (ahora) incívico.
Me seguirán los gatos? Hablarán en mis sueños?
Se le sigue con atención...
Ver la realidad con un caballo muerto entre los ojos.
Estupenda manera de verla.
Habrá quien piense lo contrario.
Será que no es lector.
yo que no hace mucho vi un caballo muerto, tieso, con las patas para arriba, te digo que es una imagen que no se te borra fácil auqnue no tengas nada que ver con ella... increíble el poder que tiene...
y esa foto es genial...
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