20.3.15

En viernes

No sabe uno a qué encomendarse para aliviarse, en qué esmerarse. Nada o casi nada lo conforta: a poco que algo le conviene, en cuanto advierte un aviso de armonía, una especie de restitución de la alegría, acaba por chafarse, por no cuadrar, por dejarnos, en fin, sin asidero. Ni siquiera esa adquisición del placer es útil para no desearlo nuevamente de forma tan ávida: se tiene lo que se ansía y ya se está pensando en cómo asegurarnos que no nos falte y esté ahí a antojo nuestro, siempre que se precise, sin que su ausencia nos malogre nada, ni nos rebaje, ni nos arruine el proyecto de felicidad que estamos construyendo. Llega el viernes, nos ponemos ya en un plano prosaico, en el ras de las cosas, llega el día anhelado, el que nos reconfortará, con el anuncio del lunes cosido a su espalda, pero lo peor son los domingos por la tarde. Yo creo que se inventó el fútbol para borrarnos la sensación del regreso a la rutina. Ya viene de antiguo esa preservación del domingo como fecha relevante: se la rubrica como el día del Señor, para quien crea en Él; se la consigna en el calendario como idónea para prepararnos para la tunda de la semana, en la que se deben guardar las fuerzas, no gastándolas en empresas inservibles, en todo lo que nos debilita para la batalla del lunes, que es dura y se alarga durante cinco días más. Luego está el discurso del que no tiene fines de semana, como la condesa viuda de Downton Abbey, que ignora qué cosa es esa del fin de semana, y no porque se los hayan robado y ande deseando que regresen, sino porque no hay sábados ni domingos en su dietario, cosas de ricos o de gente linajuda. Quien también tuerce el espinazo en fines de semana descree de todo, se irrita por todo, con toda la razón del mundo a todo le pone inconvenientes y en todo advierte el jolgorio ajeno y la pena suya. No llueve a contento de cada uno de los que se mojan, no hay día que sea igual para cada uno de los que lo cruzan, no se tienen las mismas certezas ni las mismas incertidumbres de modo razonable, como si se repartieran en un negociado municipal o en un aula escolar. Lo que a mí me llena, a otro lo vacía. En lo que yo disfruto, otros sufren. Y está el mundo así, en esa convivencia de distintos, girando desde que reventó la pelota primeriza aquélla. Cuando el próximo domingo acabe, no pensaré en la llegada bendita del viernes, ni haré muescas en la cabeza, borrando jornadas a la espera de que se presente la que ansiosamente espero, no: se irá cubriendo el trayecto, se tendrá el gusto de que las partes que lo componen también alivian y confortan y nos hacen sentir bien y quizá hasta sea bueno que ese sentirse bien se manifieste y lo vean los otros, tomando conciencia de que nosotros no somos de los que vivimos sólo para lo festivo y nos duele en el alma el peso del trabajo, no, no podemos ser de esa casta, de la de los flojos y los castañueleros o la de los nihilistas y los deprimidos, que en estos tiempos se arriman las palabras y se ponen encendidas de afectos. Serán días duros, lo son de algún modo, días de zozobra, de no saber, de no querer saber en ocasiones; días de mudanza o de flaqueza, días bastardos escribí hace no mucho, como si supiéramos o no quisiésemos saber de dónde provienen, a qué ha venido su visita, el porqué de ese empeño en demediarnos, en atisbar un túnel al final de la luz y meternos allí y esperar a ver qué pasa. Porque siempre pasa algo, por mucho que no deseemos que nada cambie y todo se mantenga en su querer: pasan los días, van persiguiéndose. Y cómo no han de pasar, cómo sería posible que no se persiguiesen, cómo podríamos - ya acabo, un aplauso por vuestra paciencia, ah amigos, ah lectores eventuales e impactados por el grumo ideológico y sintáctico - no desear que nos regalen domingos, aunque sean duros y dejen al final olor a lunes, ese olor intenso a lunes que no nos abandona ni cuando vibra, en éxtasis puro, el bendito viernes. 

8 comentarios:

Ana María Sánchez Toro dijo...

No hay profundidad; hay un pozo de madurez en tu texto, en tus textos, que necesitan una lectura pensativa, y siempre llenan, Emilio. Gracias por escribir.

Ana María Sánchez Toro dijo...

Por cierto, ni me he dado cuenta de que es viernes porque mañana tengo turno doble. Hospitales, ya sabes. Pero llegará el lunes. Es cierto de que no llueve igual para todo vecino.

Anónimo dijo...

Tengo amigos que ansían, como dices, la llegada del viernes y no es mi caso. Me gusta aprovechar el día a día, imagino que a ti también, veo el punto humorístico de fondo en tu denso escrito. Los lunes tienen su punto, qué quieres que te diga. Los lunes son la antesala de los viernes si lo miras de esa manera, y no estoy enseñándote nada, ni mucho menos. Días de flaqueza son los viernes si llegas al viernes con la cabeza depre o con el corazón "partío", no sé si me explico. Días de apasionamiento son los que estás arriba, sea lunes o viernes. Me deja un poco impactada esa costumbre de whatsap de mandar iconos de "ha llegado el viernes, yupi...", que no comparto. Me parece que hacen que todos los demás no sean importantes. De todas maneras, claro que se ansía, vuelvo a usar ese verbo, que llegue y apovecharlo como buenamente uno pueda.

Por cierto, excelente el blog. Se lo estoy "chivando" a mi gente escritora.

Un saludo, y volveremos.

Luisa Castillo Luque

Joselu dijo...

Los domingos, ya desde niño muy niño, me producían una íntima zozobra. Todo cerrados, las calles vacías, todo desangelado. Solo estaban llenas las iglesias, las plazas, los parques... Era día de la propina, pero qué ominosa se me hacía la misa del domingo a que me llevaba mi padre en el altar Mayor del Pilar de Zaragoza. Aun cuando alguna vez entro allí percibo el resonar de aquellas voces melifluas que nos atacaban por nuestra realidad pecadora. Ese tono de sermón que se me ha quedado metido en la mollera y en la memoria. Tal vez por eso no me gusta meter sermones a mis alumnos. Me sale fatal. Luego mi padre me llevaba a comer banderillas a algún bar. Costumbres zaragozanas. Pero la tarde dominical era un espanto. Soledad, ausencia de niños en las calles, desolación, impasse esperando que empiece de nuevo la semana. Reconozco que sí que me gusta el viernes, la noche del viernes. Antes, cuando era joven, salía con mis colegas a fundir Barcelona, a tomar birras, quemábamos la noche y alguna vez amanecía en la playa de Castelldefels con alguna acompañante. El domingo es el día del Señor. Triste. Pero el lunes es alegre. Este año solo tengo una clase a las nueve de la mañana. Una maravilla. El problema es el martes en que no paro.

Emilio Calvo de Mora dijo...

Gracias, Ana, pero no es eso que dices, no hay forma de que pueda ser. Maduro todavía no soy.

Sí, aprovecho, exprimo los días, no he hecho otra cosa, no sé hacer otra cosa, no sé - de hecho - aburrirme, no me he aburrido nunca, pero hay días que valen por muchos, Luisa. Gracias por las palabras amables.



Nada que no me produzca afecto, por adhesión sentimental, por haber hecho eso, Joselu, lejos, en otro escenario, pero básicamente lo mismo: quemar, quemar, volver, pensar en lo quemado, en si mereció la pena, y volver. Los lunes, los míos, son terribles en un sentido meramente de horario: un no parar de nueve a siete de la tarde. Pero viene uno descansado. No siempre, claro, no siempre.

El Doctor dijo...

Echo mano a mi diario de cuando era niño:
Febrero, 1979

Nos despedimos hasta el otro domingo y regreso a casa, solo, tarde ya para cenar, por barrios lejanos, desconocidos y llenos de luna, entre tapias, traseras, campos y huertos. El ladrido de un perro o el silbido de un tren, en la lejanía, me dan la medida de mi soledad.

Cuando tenía veinte años:

Diciembre, 1983

Ha pasado el tiempo. Viendo el domingo de la gente como una ausencia de gente, como una ciudad abandonada, estéril, granito y vidrio que alguien ha levantado para mi asombro y para edificar la soledad del siglo XX, del hombre unidimensional y sin atributos. En domingo, cuando los matrimonios jóvenes pasean de nuevo la mediocridad de su noviazgo y los enfermos se agravan en el hospital de la provincia. Uno siempre va poniendo melancólicamente un hogar, aun sabiendo que los hogares fracasan o se convierten en tumbas. La cuestión es huir de prisa de la sordidez de unos hogares intransitables del perfume antiguo de la frustración.

Ahora me paso el domingo leyendo y bebiendo vino tinto "Ribera del Duero". Mañana tendré, como siempre, dolor de cabeza.

Abrazos, master.

Santiago Del Mazo dijo...

Elegí hace mucho tiempo escribir un diario, como hizo FRancisco Machuca; luego lo dejé, porque había huecos, y o erróneamente pensé que tenía que acudir al diario todos los días, valga la redudancia. Cómo lo echo de menos. Ahora vería que la palabra domingo aparece mucho y que escribía mucho en domingo, que era y sigue siendo un día tachado con rojo en el calendario. Ahí empieza lo malo, como escribe Javier Marías. No es que el lunes sea malo; lo que es malo es empezar. Cuesta cada vez eso, el empezar.

Setefilla Almenara J. dijo...

Me he tenido que reír con algunas expresiones la mar de simpáticas, geniales por oportunas; "desde que reventó la pelota primeriza aquella" o, "y en todo advierte el jolgorio ajeno y la pena suya". Ay, el idioma, somos sensibles a él, nos admira su empleo, nos estremece por la connotación, o nos divierte. En fin, los domingos tarde son traicioneros. Divertida y admirada me voy, en este lunes.

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