30.11.14

Mañana, si llueve, no es lunes



A mi amigo Joselu, que escuchaba a Randy Newman esta mañana mientras, afuera, llovía


La lluvia hace que a uno se le sobrevenga un pudor que no se espera. No desea que el cristal se desempañe o que la luz lo invada todo y nada queda a salvo de las miradas. En ese gris amable, suelo pensar en los días de lluvia de mi infancia. Pienso en la impertinente lluvia de los sábados, la que malograba el fútbol en la Plaza de Zaragoza con los amigos, la que me recluía en casa, sin que tuviera el divertimento que siempre encontraba afuera. No hay vez que no llueva en que no me sienta reconfortado. No importa que camine las calles o que esté en casa. Días con lluvia se me graban mejor en la memoria que los soleados y limpios. La bruma impregna mejor los recuerdos. No sabría a qué obedece ese afecto mío. Siempre he dicho, mitad en broma, mitad en serio, que me nacieron andaluz, pero que yo soy norteño, tanto más al norte cuanto más lloviese o se encapotase el cielo. No estará de acuerdo conmigo mi amigo José Antonio. Él es el que ha hecho esta majestuosa fotografía. A él le impone que la monótona persistencia de la lluvia no dé aviso de cese y transcurran los días y nada en el cielo informe de la luz o del sol, precursor de alegrías. Creo que leo mejor cuando afuera está lloviendo. Digo que la lectura se me ofrece más abiertamente y yo, embelesado, me concentro con más facilidad, aprecio mejor lo que me cuenta, accedo con mayor hondura a lo que, en otras ocasiones, se me resiste, escondiéndose. Creo que escribo mejor cuando afuera está lloviendo. El hecho de que la lluvia arrecie los cristales me imbuye en un estado creativo al que no entro si el día está despejado. Eso contando con la ficción de que alguna lectura o escritura mía sean todo lo deseablemente buenas que yo quisiera. Creo que hasta soy mejor persona cuando llueve. En verano, en esos días de absoluto rigor en Córdoba, debo presentar mi yo más hosco, el menos lúdico. Respiro un poco cuando anochece. Detrás de la hermosura de los días de lluvia está la hermosura de las noches. Todas, a su modo, son extraordinarias. También leo, escribo, hablo y hasta entiendo mejor el mundo de noche, cuando el sol desaparece y la luna, la visible, la que no, ocupa el entero techo del cielo. He escrito muchas veces sobre el frío, sobre la bondad del frío, pero nunca me he entregado con verdadero ardor a ponderar la lujuria de la lluvia. La fotografía de José Antonio me ha dado el punto de motivación que me faltaba. Mañana, si llueve, no es lunes. 

4 comentarios:

tuprofesoronline dijo...

Cierto. Tiene la lluvia esa virtud. Sirve de manto al alma. Arrulla el espíritu, o lo que quiera que sea la voz que pide fabular al deseo. Brindo, por ti y por Joselu. Creo, sin llover, estar oyendo que está lloviendo.

Anónimo dijo...

Tengo recuerdos más hermosos de días lluviosos que de los de sol, y conste que he vivido toda mi vida en Estepona, que es un lugar de sol claro y abundante. Ahora, en el norte que tú dices, no me siento mal, ni mucho menos. Echo en falta el sol, pero adoro que el día me salude con la lluvia.... Y lo hace con frecuencia. Brindo por ti también, Emilio. Además me pillas con un rioja muy bueno, y llueve además en mi tierra adoptiva.


Elena Hernández

Ana dijo...

LLoviendo debía estar cuando te salieron estas hermosas palabras.

Alex dijo...

La lluvia siempre fue mi ansia. La necesitaba porque en Madrid es escasa. Llueve durante tres o cuatro meses con relativa intensidad. El resto del año se presiente, se anuncia... pero no se ve. Por esa razón, cuando llegué al norte y vi todos aquellos valles de hierba, tan fuerte como los cardos en el sur, pensé que la lluvia acompañaría. Que aquí sería feliz. No me equivoqué pues felicidad y lluvia llegaron de la mano. Sin embargo, hay días, Emilio, en el que la sobredosis de agua del cielo parece aliarse con el cansancio y la quemazón, esos fantasmas que te atenazan y te arrastran.

Con la lluvia también yo soy mejor persona. Me siento más optimista paseando por los adoquines humedecidos, bordeando el barro que se acumula junto a los bordillos, saltando charcos (ya menos que antes, pero aún los salto). Tu texto en muy hermoso, Emilio. Impregnado por la lluvia que lo inspiró. Evocador de la lluvia del sur, tan escasa, tan esquiva, tan valiosa...

Abrazo, amigo mío...

Pensar la fe