17.4.12

Un Bartleby con un ipod

Leí una vez que son las menudencias las que hacen de vivir un oficio hermoso. No tengo ninguna duda de que lo es. Por encima de las tragedias y de los recortes, de la pena que a veces invade el corazón y lo enferma, vivir es siempre una fiesta. Una a salvo de la fea tarea de recoger los vasos, una luminosa y alegre como una de esas canciones pop que engolosinan las terrazas de los veranos, una fiesta del tamaño de todas las fiestas, una de las que no precisa que se engalane el local ni que se haga acúmulo de alcohol ni de discos bailables. Tengo yo menudencias formidables, asuntos de una liviandad escandalosa sin los que podría vivir, aunque (como Bartleby) preferiría no hacerlo. Menudencias que ocupan horas dulces y horas tristes, menudencias que distraen el tiempo y lo visten de una rutina amena. No soy de los que se aburren e incluso advierto cierto agrado en la mecánica de las cosas previsibles, en la cómoda certidumbre de que mañana pediré un café en el bar de costumbre, leeré la prensa deportiva (ojalá haya ganado el Madrid al Bayern, a pesar del desagradable Mourinho) y revisaré el correo electrónico en mi teléfono inteligente. Es lo bueno de este mundo mal hecho. Que tienes un teléfono inteligente y te puedes echar a dormir la siesta. Confías en que te informe de cómo van las cosas por ahí afuera. Quizá interese el adentro, pero en esta sociedad interesa sobre todo la periferia, todo ese vértigo de causas y de azares encantado de ser patrocinado por el mercado. No sé si soy un ingenuo integral. En ocasiones conviene la ingenuidad, el dejarse llevar por el corazón y no poner a funcionar la cabeza a tope. Las veces en que me obstino en ser racional y en aferrarme a la lógica salgo siempre malparado. Tiene esto de vivir esas contrariedades. No saber nunca qué camino tomar, cuál eludir. Hoy mismo, de vuelta a casa, ensimismado en mis cosas y en la música que alojo cada mañana en mi ipod, pensaba en la belleza inexplicable de la rutina, en su mal vendida apariencia de daño, en la campaña que se monta a diario para desmontar toda posibilidad de que brille y gane, entre los curiosos y los adeptos, el prestigio del que todavía carece. Pensaba en toda esa suerte de ingredientes fantásticos que alicatan el aire de júbilo y procuran, a quien lo aspira, la alegría sencilla del que, esperando lo poco, consigue lo mucho. Luego está la posibilidad de la isla, como la novela, el peso monumental de la realidad, que te coge del cuello y, en ocasiones, mientras aprieta, te mira a los ojos y te cuenta quién es la que manda. Pero es posible que esa escena dantesca sea un extra esquivable y gane uno en experiencia, en inteligencia y en dignidad si no se deja tumbar y devuelve la mirada y la tumba. Mañana me engancharé a mis cascos, pisaré las calles nuevamente, como la canción de Milanés, y leeré a esta hora, ya caída la tarde, este post por si me desdigo y corrijo unas líneas o lo borro entero.

4 comentarios:

Joselu dijo...

Amo la rutina porque es la única que me hace percibir lo extraordinario. Los ritos, las costumbres, las repeticiones tienen algo de tántrico. Los budistas repiten mantras y dan vueltas a sus rollos en una ceremonia interminable. Volver a hacer lo mismo todas las mañanas pero de forma radicalmente distinta. Esa ritualidad del café, de la cerveza, del paseo matinal, el escribir en el blog, en la despedida de mis hijas, en el te quiero que digo con alguna frecuencia a mi compañera, en los viajes a Galicia dos veces al año, en que dos seres saben todo lo que piensan y, sin embargo, cada comunicación es nueva. Creo que en la rutina hay un profundo misterio y solo ella es capaz de llevarnos a la contemplación. Recuerdo que en mis viajes al oriente en soledad, no descansaba hasta que podía afincarme en algún sitio durante un mes y poder general una rutina que me atara a aquel sitio. No soporto el turismo que solo ansía ver cosas nuevas y diferentes. Me gusta el viaje interior generador de rutinas.

Viene mi hija de la psicina y me tengo que ir.

Un placer haber pasado un rato contigo. Espero no haber desbarrado mucho.

José Luis Martínez Clares dijo...

sin ánimo de pecar de ingenuo, es un placer pasar por aquí y descubrir que existen indicios evidentes de vida exterior. Un saludo

Anónimo dijo...

Ingenuo creativo, soy como tú pero sin saber decirlo. Un beso.


Ana

Anónimo dijo...

Decís Joselu y tú la misma cosa, de manera distinta, y las dos me encantan.

Hay un blog y otro en los comentarios. Qué nivel...



Deme

Un aforismo antes del almuerzo

 Leve tumulto el de la sangre, aunque dure una vida entera su tráfago invisible.