24.8.10

El cotilla cum laude


Conocí a alguien cuyo principal entretenimiento consistía en descubrir la vida privada de los demás. Una vez tenía un bagaje aceptable de datos, en plan enciclopédico, habiéndolos ya robado la información que precisaba para colmar su vicio, les retiraba el trato íntimo, ofreciendo únicamente uno correcto, educado, en modo alguno afectuoso y, mucho menos, rico en complicidades, en emociones compartidas. Conmigo tuvo idéntico modus operandi. Se ganó sin esfuerzo el trato y después fue anexionando a su interés las partes jugosas de la trama de mi vida. Le calé pronto y supuse que podría aliñar ese relato personal con decorados ficticios y crear una biografía fantástica. Me inventé una novia abatida por mil dolores familiares a la que debía retirar de la nefasta influencia de su pérfida madre. Al engordar en exceso la parte melodramática, que fue la más disfrutable, advertí a las claras que el calado ahora era yo, pero aún así proseguí en el acúmulo de vivencias inventadas. No recuerdo cuándo dije o cuándo dijo basta, pero un basta sonoro debió pronunciarse. Suele pasar que la mentira, al extenderse, al alcanzar un tamaño insoportable, crea su propio barrera de protección y continúa creciendo, inoculando su veneno semántico, produciendo una extraña sensación de confort entre el que la produce y el que la escucha. En esos casos se abre un telón al modo en que también se abre en las obras de teatro. Los que están en el escenario son actores y están representando un papel. Lo mejor de este representación es que sus obreros improvisan, rebosan naturalidad, no se incomodan por un texto que les es ajeno sino que crecen, como la propia mentira que cuentan, y alcanzan raras cotas de ingenio.
Dejé de verlo a mitad de la mentira que fraguamos. Las circunstancias, que cercan y forjan las conductas de las personas, hicieron que él regresara a su tierra y yo, cumplida mi deuda con la patria, a la mía. Nunca volví a verlo. Como a tantos en esos días hostiles y marciales, alegres y extraños. Pensé anoche en él porque lo encontré en una película mala de serie muy B que el verano televisivo ofrece para rebajar los rigores de la canícula o porque en verano, por regla general, la oferta de la cultura viene adelgazada, disminuída hasta la expresión más endeble e intrascendente posible. Era exactamente él, aunque fuese, en pantalla, otro. Si la ficción y la realidad se entrecruzan y construyen territorios ambiguos, en donde caben la una y la otra, complementándose, arañándose, amándose, la película malísima de televisión era ese territorio en donde yo rememoraba aquella relación exótica.
No he vuelto a encontrarme con gente así, habiendo visto uno ya mucha gente, aquejados todos de unos u otros vicios: no he visto cotillas tan tozudos, profesionales de la privacidad ajena, sujetos enfermizos cuya principal vía de felicidad consistía en conocer la historia de los otros, en penetrar en sus vidas. Lo curioso, a lo visto en él, es que jamás descubrimos detalles de la suya. Se cuidaba de caer en la confidencia al modo en que exigía que cayeran a quienes se la solicitaba. Lo hacía formidablemente. Entraba suave, como un vino sin mucha graduación, pero en breve se granjeaba la confianza, convertía en natural lo que no lo era. La víctima idónea era la que desnudaba íntegramente el alma y le amenizaba el tedio contándole sus cuitas amorosas, los fracasos, las conquistas. Mi novia triste no cuajó: se vio de pronto desarmado. No fue mérito mío. Probablemente le pillé en horas bajas. La novia triste de entonces no sé ahora en dónde anda. Como todos los personajes a los que uno ama de alguna manera, está en algún lugar indestructible. Podemos pensar que no está, que el olvido se la tragado y de pronto aparece en un vodevil romántico de televisión, en una de esas atrocidades con las que la televisión evita aflojar caja en contenidos de más lustre. Aquel cotilla cum laude era, en el fondo, digno de lástima. Lo son todos los que lampan por inmiscuirse en otras vidas sin exhibir, a cambio, algo relevante de las propias. Se recela y se huye del cotilla porque uno teme que luego airee la información sustraída y en la calle nos señalen, nos conozcan sin que hablemos, nos confundan, nos esquiven. Todo dependerá de lo contado, del grado de desviación, del extravío semántico. Ojalá hubiese adentro de aquel sujeto un escritor. Uno bueno, a ser posible. Uno que diese un uso inteligente o hermoso o divertido a las confesiones que le regalaban. En lo suyo, era bueno, sin duda. Igual hay por ahí un blog en el que justamente habla de mí y cuenta que tuve una novia triste que tenía una madre restrictiva. O vende novelas con su nombre completo, que no recuerdo en absoluto, y sigue sacando provecho del don que posee.
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9 comentarios:

LaCuarent dijo...

Quien sabe tal vez sea guionista de esos culebrones interminables que se asemejan al cotilleo tan bien.
Saludos

Emilio Calvo de Mora dijo...

Capacidad tenía. En realidad es un artículo laudatorio. Era un enfermo, en cierto modo, pero bien organizado, educado hasta el tedio. Y se le veía venir en todo momento. Saludos, 40añera.

Anónimo dijo...

Qué buen retrato de tu "conocido". Yo creo que seguirá haciendo lo mismo. Quien nace con un vicio, si lo domina bien, muere con ese vicio. Qué fuerte me he puesto. Buen fin de vacaciones, Emilio.
Ana.

Anónimo dijo...

1. Me gusta.
2. Me incita a leer más del blog.
3. Me parece muy bien escrito.
4. Me parece poco arriesgado.
Goliardo Van Hubb

Anónimo dijo...

1. Me gusta.
2. Me incita a leer más del blog.
3. Me parece muy bien escrito.
4. Me parece poco arriesgado.
Goliardo Van Hubb

Anónimo dijo...

Yo tambien he visto gente como esa, y me producen intranquilidad. No sabe una nunca a que atenerse, qué forma de actuar frente a ellos. Tuve una amiga así, como el amigo que describes, y la amistad se rompió cuando quise entrar demasiado adentro. todos tenemos parcelas privadas que no pueden ser enseñadas. La amistad auténtica, en ella, no hace falta pedir nada. Todo viene sin pedirlo, todo es natural.

Estrella Agüero Pellemeja

henohenomoheji dijo...

Estupendo retrato. Y certero: sólo la literatura puede redimir al cotilla de su venenosa oralidad.
Estupendo blog. El azar, a veces, resulta venturoso...

Anónimo dijo...

Si no hubiera ficción, todos muertos.
F. N.

Anónimo dijo...

Un blog muy interesante, con muchos articulos, más de dos mil, según veo, de todo tipo de cosas de interés. Me pasaré por aquí en mis visitas a la Red. Saludos, Emilio.

R.

Un aforismo antes del almuerzo

 Leve tumulto el de la sangre, aunque dure una vida entera su tráfago invisible.