Me pregunté anoche (es un decir) qué podría hacer con mi vida para que fuese otra. No por menospreciar la corriente, sino por apetencia singular, por mera distracción pasajera. No tenemos oportunidad de convidarnos a ser otro y poder, a voluntad, regresar a quien fuimos, visto que se está bien ahí (siempre hay trabas, no crean) y tenemos experiencia biográfica. No sabiendo a qué nueva indumentaria acogerme, concilié el bendito sueño con esa incertidumbre alojada en el frontispicio mismo de las primeras voluntades del día entrante. Caí al despertar en la prevista cuenta de que debía cumplir con las obligaciones habituales, en esa rutina inaplazable de picar en el trabajo y ejercerlo con el entusiasmo frecuente. En el transcurso del día, conforme avanzaba y luego cuándo declinó y anunció su previsto finiquito, no vislumbré con qué reemplazarla, en qué aplicarme devotamente para saldar mi anhelo de anoche. Careceré de la intendencia requerida para sufragar ese deseo, pensé. No sucedió tal cosa. He sido otro a plena satisfacción. He avanzado en la construcción de mi novela. Claudio Acevedo, su atormentado protagonista, me ha dejado ejercer esa bilocación y he podido estar un buen par de horas arrimado a sus peripecias. Qué alivio la escritura. Sale uno de ella reconfortado, regresa al trasiego de las cosas con renovado ímpetu, permite el vuelo.
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