El infierno son las calles en Córdoba hace una hora.
El infierno está también en las librerías.
El infierno está en los anaqueles.
Está en Melville tatuándole a Ahab al diablo en el mismo cerebro.
En Conrad, en su hijo sobrevenido, en Kurtz, cuando dibuja un río y hace que lo atraviese el mal puro.
En la mentida inocencia de Perrault.
En el hombre sin atributos de Musil.
En los insectos en la boca de Kafka.
En la memoria infinita de Funés.
En el club de los suicidas de Stevenson.
En las resacas de Bukowski.
En De Quincey considerando el asesinato como una de las más bellas artes.
En la flor emponzoñada de Baudelaire.
En el barril de amontillado de Poe.
En la vida cartesiana de Walter Benjamin.
En Mann con asma baviera.
En Beatriz perdida en círculos concéntricos.
En Murakami aburriendo a todos los habitantes del Japón y la periferia.
En Morel inventándose una isla.
En los abismos primigenios que Lovecraft encerró en Providence.
En el desquicio endecasílabo de Leopoldo María Panero.
En el rey del que Shakespeare hizo un Dios.
En Dios, sin el bardo, permitiendo el caos, la miseria y la muerte.
En la crónica del submundo de Orfeo.
En Ripley tomando café en una terraza en Florencia, en la cabeza obscena y turbia de mamá Highsmith.
En Maquiavelo y Montesquieu hablando.
No hay otro infierno.
4.8.18
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