24.3.17

La persistencia de la memoria



En su acepción más pedestre, la que menos incita a pensamientos profundos o a consideraciones de más enjundia, la felicidad es una especie de alegría mantenida en el tiempo, de la que se puede hablar con la confianza de algo conocido, de lo que poseemos una propiedad o a la que concedemos la máxima de las preocupaciones. Queremos ser felices, nos importuna que exista una evidencia de que en realidad no lo seamos, no deseamos en modo alguno que avancen los años y esa felicidad a la que anhelamos se escape, no se nos impregne, apenas dure su estancia. En cambio, adoramos la alegría. Es una batalla que se gana con más facilidad, no requiere que permanezca y se tiene la idea de que va y viene a su antojo, de modo que su ausencia no preocupa.  Hoy estuve alegre, pienso ahora. Hubo un tramo de la mañana en que sentí esa zozobra gozosa en la que el mundo de pronto cobra un sentido que poco antes no poseía. Las endorfinas, las serotoninas y todos las demás sustancias narcóticas tiraron de oficio. No sabe uno bien los motivos de toda esa felicidad sobrevenida, cree razonar cuáles puedan ser, pero desecha cualquier convicción. Lo que hoy procura placer no lo dio ayer o entra en lo posible que no lo entregue mañana. Hay, sin embargo, cosas que son invariablemente útiles. No existe nada que sostenga esa eficacia, no podemos desmenuzar la emoción, no se la puede compartimentar, convertir en una mercancía sentimental. Hoy bastó con andar unas calles que eran familiares hace unos años. Calles que amé, no se me ocurre pensar otra cosa o rebajar mi filiación con ellas. La memoria hizo el resto. Me condujo al pasado o una parte gloriosa de él. Canceló cualquier asomo de mediocridad y remarcó (sin sutilezas, abruptamente, como cuando irrumpe agua fresca en la garganta y refresca de inmediato) los recuerdos de entonces. No sé si se habrían perdido (como lagrimas en la lluvia) o si ahora, habiéndolos recuperado, cobrarán una pujanza nueva y encontraré matices que tenía enteramente olvidados. Creo que será así. Que vendrán en tropel y los disfrutaré de nuevo. No es nada que sea un privilegio mío, uno que no esté al alcance de cualquiera. Lo que me fascina es la insistencia de esos recuerdos, la forma en que permanecen. Me intriga que ahora sean tan vigorosos y antes, cuando no había recorrido otra vez esas calles, apenas se vislumbraran, no estuvieran, pareciera que nunca hubiesen estado. Siempre se puede volver a esas calles. Traen abrazos, afectos, conversaciones largas, gente que no he vuelto a ver o a la que veo menos, pero que no han desaparecido de mi memoria. Nadie que haya estado desaparece del todo. Puedo provocar el regreso, hacer que dure más de lo que duró ayer (nada apenas), pero no sabré si me volverá a sacudir la satisfacción o volverá la memoria a desempaquetar su (en ocasiones) preciado cargamento. De fondo, sin que sonara, escuchaba a Jimi Hendrix o a B.B. King. Como antaño.

3 comentarios:

Fco. Manuel Martín dijo...

Exquisito texto, dan ganas de volver a los sitios en donde estuviste y que nos has visitado otra vez. Qué precisión y qué belleza a la hora de plasmar los sentimientos.

Fco. Manuel Martín dijo...

Qué calles son, de qué ciudad?

Ana Tomás dijo...

Emilio, un abrazo. Sigues escribiendo como los dioses.

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