Da igual cómo se sienta uno durante el día, qué lo conforta o qué lo atenaza, si cae en la pesadumbre, en la rutina o en la indignación o si los astros se alían para que todo sea placentero y el mundo gire y el aire te ocupe todo el pecho. Todos los días acaban bien. Hay un momento en que el cuerpo, vencido tal vez, se desprende de todo lo malo que hubo y se reconcilia consigo mismo y te hace a ti sentirte en paz también. Entra uno en el sueño, se deja llevar, se pierde dentro y la felicidad te inunda como quizá no lo hizo en la vigilia. Son los sueños a veces los que nos mantienen a flote. Ellos son los que nos confortan. Soñamos para limpiarnos. Lo turbio y lo sucio se abandona en el sueño. Tiene que haber un lugar en la cabeza en donde están todos los desechos que hemos ido arrumbando a lo largo de nuestra vida. Y ojalá exista de verdad y se tenga la suficiente capacidad como para permitir que continúe el volcado. También soñamos para saber qué se siente al ser malos. De hecho hay que cuidar esa parte de maldad. No se puede ser bueno a tiempo completo. Conviene emporcarse de vez en cuando, aunque sea en sueños. Se despierta uno con la sensación de que algo de lo que ahí adentro no nos pertenece. Como si fuese otro el pervertido, el retorcido, el que saquea y el que destroza. Al sueño le concedemos la consideración de no sentirlo nuestro. A conveniencia, en cuanto el sueño es dulce y de nuestro completo agrado, le concedemos también la de ser nuestro del todo. No he leído a Freud, no sé nada de esto de los sueños que ahora pueda contar aquí. Escribe uno no de lo que sabe, sino de lo que siente. De la maldad no sabemos nada; únicamente percibimos impresiones fiables, la idea de que algo es bueno o de que no para uno mismo, pero sin tener que compartirlo, sin que se tenga que contar a los otros y recabar su anuencia o su rechazo. No sabría contar qué soñé anoche, pero me desperté sobresaltado. Es mejor que todo se diluya. Quizá sea un mecanismo de defensa el hecho de no recordar qué pasó en el sueño. Nos libramos de una realidad a la que tal vez no se nos haya educado a soportar. El abismo está dentro, escribió el poeta. Miramos abajo y descubrimos que desde abajo alguien nos mira a nosotros. Como un espejo. El espejo de los sueños. Es posible que ése. No sabría explicar el porqué del nombre del blog al que acudo casi a diario desde hace nueve años - y el nombre de un libro de poesía que la Diputación de Córdoba me publicó hace más de veinte -. Será esto de lo que hablo en él: de mirarse uno y de saber que es difícil mantener mucho tiempo la mirada. De eso trata también la escritura. Nada que interese mucho. Cosas que se me ocurren entre un día y otro.
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2 comentarios:
Que se te ocurren a veces en sueños. Deberíamos tener una libretita de anotaciones sobre la mesita de noche. Para no perder el sueño. Un abrazo
Viva el optimismo. Me alegra esa visión literario-esperanzada de la vida. Da gusto acabar así el día. Buena literatura de un día a otro.
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