Los cuentos de Raymond Carver deberían leerse en las escuelas o deberían ocupar las editoriales de los periódicos o incluso acompañar a los prospectos que suelen traer las cajitas de fármacos. Hay cuentos de Carver que iluminan partes de uno mismo que jamás habían visto la luz antes. No hay ninguno que no produzca la zozobra necesaria para cuestionarse cada pequeña cosa que sucede alrededor nuestra. El mundo, al ser interrogado, ofrece matices que permanecían ocultos. Un cuento de Carver, unos más que otros, todos a su manera contribuyendo un poco, hace que el mundo gire mejor, pero no hay políticas que fomenten estas iniciativas. No tenemos en la adminstración al devoto de Carver de turno. Los hay que veneran a las vírgenes de los templos (más de uno, créanme) o a los padres de la iglesia, pero gente como Carver queda fuera. Imagino que incluso este arrebato mío de miércoles por la mañana, antes de salir a la calle, parecerá una excentricidad. Es que soy raro con avaricia. ¿Quién piensa en Carver nada más abrir los ojos? Que tengan favorable el día.
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3 comentarios:
Por eso te leo, amigo. Porque piensas en Carver nada más abrir los ojos. Abrazos
No todos los días son Carver cuando arrancan. Hoy es otra cosa, no sé bien cuál, pero Carver no, José Luis. Los cuentos de Carver no dan a veces asilo. La vida es así. No da asilo.
Los relatos de DeLillo también merecen un lugar en el olimpo. Aunque, probablemente, busque un amanecer algo más invernal.
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