25.6.19

Amar el amor, no lo amado




Hace mucho que subrayo. También hago anotaciones. Manuscribo ocurrencias, palabras que afloran del texto, sin que estén, frases que me sobrevienen. Algunas incluso se alejan del motivo que las alentó; otras, las duplican, torpe y absurdamente las repiten. Albergo la idea de que escribir uno sobre lo escrito por otro crea un texto añadido, un postizo, que funciona a modo de prótesis, creando un agregado ficticio sin el que la lectura tiene entidad, peso, cuerpo y autonomía, pero a la que se le extirpa la dimensión del lector, que ha entablado un diálogo con ella y, como un palimpsesto, se lo ha incrustado. Se crea así una realidad supletoria de la que a veces únicamente quien la creó puede extraer un sentido.

Hago esta reflexión porque, en tiempos, subrayé y anoté con el afán del que cree (ya no) que no hay otra manera de leer. El subrayado, como tantas disciplinas, exige una constancia, una especie de tesón. No se puede hacer a lo loco, sin pensar en qué se está remarcando. Requiere un adiestramiento, un errar en las primeras veces, un divagar y un alejarse también. Porque se subraya para uno mismo. No hay un tercer lector, aparte del autor y de mí mismo. A mi amigo K. le pareció, comentado el tema, que es mejor no tocar lo leído, dejarlo como vino, no interferir en la presencia sólida y fiable (o no) del texto. Como si esas apreciaciones alteraran lo escrito, le dije. No sé bien a qué obedecía aquel vicio, ahora perdido. O lo sé y no encuentro ahora razones que alienten de nuevo su desempeño.Tal vez buscaba dar con una significado oculto o incluso el único significado. 

Quería saber si el esmero con el que me aplicaba mejoraba mi apropiación del texto. Si una novela anotada, subrayada, la hacía mejor novela en mi cabeza. Sé que, de repente, sin que nada lo prefigurara, sin un aviso visible, dejé de subrayar. Al acabar una novela, observé que no había usado el lápiz en ningún fragmento, que ninguna de sus líneas había sido pasado por ese rodillo subjetivo. A mis alumnos no les pido que subrayen. Una lástima. No pueden hacerlo porque los libros no les pertenecen. Se les da en préstamo para, al finalizar el curso, retirárselos y meterlos en bolsas (unas bolsas negras horribles) para que los reciban los alumnos de cursos inferiores. Pierden algo que yo disfruté muchísimo y que, visto ahora, me parece incluso altamente positivo. El subrayado hace que te conviertas en una especie de autor secundario, de autor detrás del autor. Hay frases enteras que es difícil no subrayar. Parece que, al hacerlo, se terminaran de alojar en la memoria, hiciesen allí residencia. Recuerdo haber reparado en pasajes enteros de Rayuela y, sobre todo, en los libros de Nietzsche publicado por Alianza con maravillosas portadas de Alberto Corazón. También, en menor medida, en esa misma colección, El Aleph o Ficciones de Borges y, más tarde, Los mitos de Cthulhu de H.P. Lovecraft. Un libro, si está estropeado, si se revela que ha tenido un uso intenso, es más valioso que el cuidado con mimo innecesario. La verdadera biblioteca es sentimental, no el acúmulo aristocrático de volúmenes pulcros y limpios en baldas muy ordenadas.

Dejé de subrayar sin que apenas lo notara. No saber cómo empezó hace que pierda sentido indagar en cómo acabó. Hubo, no obstante, cosas que gané: leer un libro como si se le abrazara, intimar con él, hacer que existiera una relación doméstica, privada, pura. Perdí (creo) la literatura íntima, la mía, la que se me impregnó y yo vertí en cada anotación. Lo terrible es que el libro, en muchos sentidos, quedaba resumido en la labor crítica del lector. De hecho, subrayar es ejercer una especie de análisis de índole crítico. Se purga, se criba, se le dan a unos trozos más enjundia o más fuste que a otros. Pareciera (no siendo así) que las partes sin subrayar fuesen de menor hondura o no hubiesen superado las exigencias que impusimos. Habrá un libro secreto dentro de cada libro. De alguna forma andará uno por ahí adentro, en los márgenes. El escritor que ahora pueda ser comenzó probablemente en esa periferia del texto. Resulta (además) muy curioso leer el libro que alguien ha subrayado o anotado antes. En esa suerte de palimpsesto a la luz, se puede crear una trama paralela o un pensamiento surgido al margen. La afición al aforismo que creo tener proviene sin duda de esa época. Después de haber escrito esto, en cuanto termine el que ando leyendo, que es en ebook y ahí acaba toda voluntad de escritura, buscaré un libro tradicional (papel de toda la vida, lomo y tapa dura, a ser posible) y cogeré un lápiz. A ver qué sale. Igual he perdido la habilidad de antaño. El tomado para ilustrar el texto es un libro comprado en 1986. Los hay más antiguos. Me gusta éste, de cualquier manera, El lector avezado sabrá de cuál se trata.

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