30.8.15

Ventanas abiertas

Hay que huir de lo viral. No es sano, no alimenta, esparce, fractura, disgrega, hace invisible el alma o la cuartea o la pervierte. Lo viral incluso demoniza, hiere. De cada uno de nosotros permanece lo que se vuelca en la red y es esa información registrada a la que se acude y con la que se cuenta. La realidad se echa a un lado y deja que la red la suplante. Lo que hacemos, a lo que nos entregamos, se expone públicamente, se exhibe para que la intimidad sea un alarde. Le hacemos fotografías al pie cuando lo ponemos por la mañana en el suelo, al dejar la cama. Ofrecemos la cama misma, el mapa que el cuerpo ha dejado en la sábana. Mostramos el selfie del afeitado o el del primer bostezo o el del café humeando en la cocina. Somos voyeurs de los otros y ellos lo son en la misma apasionada medida de nosotros mismos.

París no es una ciudad para un turista sino una experiencia y nos la venden como experiencia, como realidad adquirida, integrada y disponible en nuestra memoria. Vamos a París para contar que hemos estado en París. Para que en adelante los demás, al oír la palabra París, piensen en nosotros y recuerden que hemos estado. Como no es posible difundir universalmente, sin concurso de la tecnología, la noticia de que hemos visitado París, usamos la red para viralizar esa experiencia. La convertimos en trending topic de los amigos cercanos, de los compañeros de trabajo o de los casuales que de pronto, sin conocernos en absoluto, saben qué hicimos y lo estupendo que fue hacerlo.

Lo que da miedo de este escaparatismo absurdo es que le estamos quitando la parte romántica de la que nació al hecho de viajar o de salir de paseo o de tomar copas con los amigos en la terrraza de un bar. Importa más el contar que el sentir. Se nos ha educado a permitir que el vecino nos fisgonee y a sentirnos autorizados a proceder también de esa forma. No existe el pudor de mirar cuando descubrimos a alguien acometiendo algún acto privado (ponerse unas lentillas, leer el periódico, acicalarse frente al espejo, calzarse o desvestirse) sino que irrumpe un deseo vivo de conocer de primera mano lo que el azar difícilmente podría presentarnos de nuevo. Se trata de saber más y de hacerlo sin compromiso, a hurtadillas, en sesión privada. Se está fomentando que el placer se adquiera en esa privacidad limpia (o limpia a medias, según se mire) de la pantalla del ordenador. 

Tenemos las ventanas abiertas y hemos dejado que todos los ojos las crucen. Los nuestros, en cuanto pueden, también se encomiendan al vuelo y buscan ventanas que franquear y en donde ver si los otros, los inquilinos, se nos parecen en algo, si beben a morro o si escancian delicadamente el licor en la copa, si trasnochan o se van a la cama pronto, si leen a Kafka en la playa o a Coelho en el cuarto de baño. No hay información que no pueda estar registrada y disponible para que la decodifiquemos. Los secretos, al revelarse todos, dejan de tener la importancia que tenían. Los pocos que todavía están custodiados, mimados en la intimidad, se venden después más caros, pero no dejan de ser una mercancía, un objeto canjeable. Y el desquicio va a más y no se advierte oposición excesiva a ello. Sabemos que se nos roba a cada entrada en google, pero aceptamos de buen grado el robo; sabemos que se nos espía, pero entregamos con gusto lo que vienen a buscar. Ahora los espías saben que ando buscando cables nuevos de interconexión para mi equipo de alta fidelidad. Me lo recuerdan en todos los portales en los que entro. Me dicen que todavía no he satisfecho mi deseo y me rinden toneladas de modelos de precios asequibles o escandalosos. Y al menos en eso de buscar cables en la red no malogro nada, no pierdo la compostura, no me deslizo por el lado oscuro, ni me cito con hembras famélicas, ni con activistas del amor libre o del yihadismo  o de amigos de Coelho, ay. Soy vulgar, soy prudente, no sé, quizá esté todavía asombrado y me mueva con tiento y no la haga para no temerla. 


4 comentarios:

Setefilla Almenara J. dijo...

Vanalizar la intimadad, que lo hacen los hay por decenas de miles,fotos irrelevantes que cuentan el minuto a minuto de sus vidas; una nueva forma de pobreza interior, debe ser.
Me alegra tanto no ser un borrego más en ese aspecto, tanto...Una entrada que pone las cartas sobre la mesa, me ha gustado leerla.

Setefilla Almenara J. dijo...

"Intimidad", quise escribir.

Juan Herrezuelo dijo...

Qué verdad todo, Emilio, y qué oportuno. Yo huyo de lo viral tanto como de lo vírico. Basta saber que un vídeo o una foto han alcanzado un número desmedido de visionados para estar seguro de que es una bobada. Viajar para contarlo, comer para enviar una foto del plato, ir a ver el amanecer para fotografiarlo también y macharnos como quien ha acabado el trabajo. En el hombre y la mujer de los países ricos o en vías de serlo anidaba un exhibicionista deseando abrirse la ventana de la gabardina en público, y aquí llegó la oportunidad. Somos como Luis Miguel Dominguín cuando, apenas acabado el acto sexual con Ava Gardner, empezó a vestirse junto a la cama; preguntado por la actriz que a dónde iba con tanta prisa, el torero contestó: “coño, al bar, a contarlo” (al menos eso dice la leyenda). Un abrazo.

Mycroft dijo...

Me encanta lo de diferenciar viajero de turista. Ultimamente huyo de lo turistico para verme en lo vivencial, y declino el fotografiar e instagramizar por el hecho de vivir el momento. Bueno o malo.

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