3.9.10

Ganas de escribir


A fuerza de pensar uno en un mundo perfecto, se piensa siempre en la música, en el placer absoluto de un buen libro leído en esa intimidad en la que uno se reconcilia consigo mismo y con el universo, se piensa en la belleza, en el amor que mueve el cielo y mueve las estrellas, como escribía Dante.
A K. se le ha ocurrido que la única felicidad posible está en las matemáticas. Dice que en los números está el equilibrio, está el orden, está esa perfección inquebrantable que no puede confiarse a ninguna disciplina moral o intelectual. Lo dice con estruendo semántico a pie de barra de bar de modo que el camarero, que va y viene a capricho de las cañas que le vamos pidiendo, nos dice que en estos tiempos que vivimos la perfección es un aburrimiento, un síntoma del tedio de este neoliberalismo cainita y un poco cabrón con el que nos amenizan la estancia en la tierra. Que se lo digan a los mineros de Chile o a los que sufren las penalidades del hambre y del frío, de las enfermedades o del calor extremo, de la pobreza endémica que se enseñorea por las calles y no conoce filosofías ni algoritmos y se ensaña con sus víctimas hasta hacerlas perder la alegría, que es una de las más hermosas formas de felicidad que se pueden conocer.
A K. la alegría le parece una de las señales de la inocencia. Me confesó anoche que ya no soporta la realidad y que ha descubierto vías muy eficientes para censurarla. De entrada no se deja embaucar por la ilusoria felicidad de estar al día. No lee prensa, no oye la radio, no entra en internet, no se involucrar en conversaciones que puedan ponerlo en guardia, enrabietarlo, convertirlo en el animal dialéctico que en el fondo es. Pero K. se tira estos faroles de cuando en cuando. Mi abuela lo decía: hay gente que le encanta llamar la atención y sólo disfrutan llamándola. K. es de esos. Yo, en ocasiones, también. A veces he pensado que este blog entero es eso, una forma de llamar la atención, algo como miren, soy Emilio Calvo de Mora, escribo, tengo una vida interior, amo el jazz, los cuentos de Borges, el cine negro, entren, prueben a sentarse a mi mesa. Y mientras uno tontea con estas frivolidades burguesas, una broca perfora el suelo de Chile para sacar del infierno a treinta y pico mineros o hay gente que muere de cáncer o de asco. En el fondo, haré como K. Me prohibiré las noticias un mes. Dejaré de escribir de aquí a Navidad. Luego me cago en mi palabra. No tengo palabra. O tengo muchas, y desde mi adentro colérico, desde mi adentro lírico, desde mi adentro esdrújulo y cabezón, las palabras brotan, se comportan como si no me pertenecieran y se entregan al alegre fornicio de la prosa.

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5 comentarios:

Fernando Gracia dijo...

Tú escribiendo eres un afortunado, Emilio, y yo leyendo soy otro porque hay otros que no tienen una mierda de tiempo para ponerse a entrar en estas "frivolités" como tú dices. Lo de los mineros es una putada gorda. Lo de morirse de hambre y de asco otra a lo mejor más gorda todavía porque el asunto de los mineros, hoy he leído en un periódico, es la historia de una empresa que hizo del suelo un queso gruyer, pero la economía es un mundo de piratas por todos lados, no sólo las minas, por todos lados. No hay remedio. Un saludo.

Ramón Besonías dijo...

Eso es lo bueno de la palabra, que no solo describe lo que somos, sino que desvela lo que no somos pero no estaría de más ser. La palabra como terapia, como Prozac, como digestión tras el almuerzo.

Un saludo extremeño, Emilio.

En mi blog dejé otra perla, por si las ganas y el tiempo de dejan leer las digestiones ajenas.

José Ramón Puchol dijo...

Las palabras se comportan como manda quien las escribe, pero es cierto lo que escribe Ramón, que no describe no solo lo que somos, sino lo que no somos. Es lo más misterioso y lo más sgrado. El lenguaje es sagrado. Los escritores son scerdotes.

Jose Ramón Puchol

Joselu dijo...

No creo que puedas no escribir hasta navidad. Yo alguna vez lo he intentado y ha sido en vano. Yo no soy escritor pero escribo, necesito escribir, juntar palabras, hilvanar frases, crear alguna idea, plagiar a otros, fantasear, copiar, divagar, expresar. Es una adicción, no menos dañina que la que tiene como eje al opio, pero ¿qué le vamos a hacer? No somos Celine ni Antonin Artaud ni Samuel Beckett, pero los estimamos, entre otros, y precisamos escribir diariamente casi como respirar o cagar. En el fondo en eso se basa esa estimable novela en que hablan sin parar un empachado de literatura y un hombre del campo. Y su dialogo se ha convertido en un modelo existencial de seres que conversan. Esto es internet. Una gran plaza pública donde dialogamos sin acritud y aprendemos, ahítos de literatura o profanos en ella. El mundo es injusto, siempre lo ha sido. Al menos podremos decirlo. Otros no pueden. Y no olvidemos a Sakineh Ashtiani a punto de ser lapidada en Irán, esa teocracia tan estimada por los progresistas de los que tan a menudo me descuelgo, no sin detestar todavía más a los reaccionarios o conservadores. Un blog es eso, una forma de dar salida a nuestras contradicciones. Me gustan los blogs paradójicos y que tienen un alma aunque los que escriban sean un tanto -o mucho- exhibicionistas. Un cordial saludo.

Emilio Calvo de Mora dijo...

Ya lo he dejado escrito en el último post: no se puede creer en lo que digo. Soy un escritor, a eso aspiro, y se vive mejor en la ficción, que es mentira cosntruída sobre mentiras. La palabra es lo que somos y lo que no, Ramón, Fernando, José Ramón, Joselu. Hoy me siento feliz por el regreso.

Un aforismo antes del almuerzo

 Leve tumulto el de la sangre, aunque dure una vida entera su tráfago invisible.