30.9.10

Miles Davis sigue durmiendo


Miles está en pensando en Dios. A su manera, reza, aunque parece que esté descansando o incluso durmiendo. Quien habla solo hablará con Dios un día, escribió el poeta. A Miles se le puede oír hablar solo cada vez que se agarra a la trompeta. En directo era un punto huraño, uno de esos genios adscritos al desequilibrio, en continua gresca con el mundo.
Yo, que soy un descreído en esos asuntos de Dios, pienso que Miles entraba en una especie de trance y entonces no era posible ser un tipo sociable y exhibir la sonrisa enorme que su colega Armstrong ponía en su cara gorda de obrero negro. Se puede vivir en una felicidad completa sin Dios. A Miles, en cambio, se lo imagina uno creyente, devoto, dando gracias a las alturas por la gracia recibida y recitando pasajes de la Biblia en la intimidad, después de una jam session o en la cama, antes de conciliar el sueño. Todo muy cool, por supuesto. Un Dios cool y sincopado.
Miles está pensando en Dios y le está contando que ha encontrado el equilibrio cósmico en un solo, en un pulcro acabado de la melodía que el azar o la inspiración o el talento le regalaron la noche de antes. Charlie Parker, enfebrecido de heroína, hablaba también con Dios y le explicaba el secreto centro del mundo, encontrado en el prodigio de una improvisación con los amiguetes de siempre, ya saben, Dizzy Gillespie o Thelonius Monk. Debe ser estupendo creer en Dios así, acompañado de Dizzy y de Thelonius.
Imagino también a John Coltrane con los ojos cerrados, acariciando con mimo exquisito su saxofón, pensando en el cosmos. Coltrane es una especie de Carl Sagan inculto, rociado de talento, convertido en un sacerdote del más allá en este acá tumultuoso, tóxico y lírico. Debe ser magnífico ver a Dios y luego poder traducir esa visión pristina en una pieza de jazz o en un verso o en un plato de spaghetti boloñesa. Por otro lado hay cientos de obras maestras por donde no está Dios por ningún lado. En algunas incluso hay un esfuerzo titánico por parte del autor por razonar su absoluta inexistencia. Que se lo cuenten a Buñuel.
Imagino a Luís Buñuel en un rodaje, en su silla de director, echando una cabezadita, pensando en un plano, en un diálogo que no acaba de cuajar. Y llego a la conclusión de que los dos (mi Miles y mi Luís, porque ambas son de alguna forma una posesión personal) han contribuído a mi felicidad estética. Uno con Dios en bandeja y el otro con el mismo Dios en la tumba. Lo mató Nietzsche y lo han desenterrado unos pocos. Buñuel, al menos, con gracia y socarrona retranca aragonesa. Ninguno, tal vez, con ninguna deidad. El trabajo y la inspiración, son los dioses del arte.

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28.9.10

Dios en grunge

Creo que es como una película demasiado popular. Es una historia que ha sido contada demasiadas veces y simplemente no significa nada. El hombre vivió en este planeta [colocando sus dedos con una pulgada de separación] cinco mil años de historia más o menos registrada. Y Dios y la Biblia, eso vino alrededor del medio, quizá dos mil. Estos son los últimos dos mil, lo que estamos por celebrar [indicando alrededor de 3 mm con sus dedos]. Ahora bien, los humanos, de alguna forma u otra, han estado en la tierra tres millones de años [apunta al otro lado de la habitación]. Así pues, todo este tiempo, desde allá [hace gestos hacia el otro lado de la habitación] hasta aquí [indicando los 3 mm], no hubo Dios, no hubo historia, no hubo mito, y la gente vivió en este planeta y vagaban y recolectaban y todo eso. El planeta nunca estuvo amenazado. ¿Cómo sobrevivieron todo este tiempo sin creer en Dios? Quisiera preguntarle esto a alguien que sabe sobre el cristianismo... Simplemente me parece gracioso... Gracioso en cuanto a extraño. Gracioso como malo... Nada bueno. Que se hagan leyes y ocurran guerras gracias a esta historia que fue escrita, otra vez, en esta pequeña parte del tiempo.

Eddie Vedder, cantante de Pearl Jam

17.9.10

Estoy pasando un bache, un revés, un agujero, un no sé qué me pasa...


Siempre hacen falta palabras. Incluso en ocasiones está bien eso de hablar con uno mismo y poner algunas cosas en claro. Quien habla solo, hablará con Dios un día, dijo el poeta, pero a mí todavía no me ha llegado el verbo divino y sigo contándome mis cosas, explicándome el mundo.
Anoche vi a un señor de lo más normal, uno sin encanto reseñable, uno al que no recordaremos nunca aunque nos lo tropecemos un mes entero al tirar la basura o al comprar el pan enfrente de casa, pero lo que me llamó poderosamente la atención es que iba hablando solo. Hablaba en alto, sin pudor, haciendo sus inflexiones de voz, declamando (en trozos) las partes sensibles del texto. Oí domingo y oí jabón y juro que traté de ensamblar esas dos palabras y montar una frase coherente que explicara las razones por las que alguien de pronto arranca a hablar solo por la calle. Le miré con todas las precauciones posibles, pero nunca he sido discreto y no sé disimular así que terminó mirándome con la misma falta de tacto, como a la espera de que yo le confesara mi descaro y le pidiera perdón de alguna forma.
No llegamos a ningún gesto que zanjara esa incómoda situación así que creo que fui yo el que se dio media vuelta y se alejó. De pronto pensé qué diferencia hay entre hablar con alguien y hablar con uno mismo. Lo mejor de los monólogos es que puedes desquiciar el léxico o retorcer los sintagmas o decir justo eso que jamás lograrías contar a nadie. No sé si el señor del domingo y el jabón estaba a mitad de una confesión íntima o recitando un poema de Claudio Rodríguez, pero tal vez esta noche, al sacar la basura o al salir del supermercado o al volver a casa desde el trabajo, me atreva a contarme algo. La mayoría de las veces que habla con alguien termino perdiéndome en la conversación. No sabe uno si dedicar más tiempo a lo que oye o esmerarse en expresar correctamente lo que piensa o si interrumpir con más convicción o no decir absolutamente nada y asentir de continuo.
Dice mi amigo K., al que hace mucho tiempo que no veo, que se me da mejor hablar que escuchar y que eso es malo y me saldrá caro alguna vez. No va K. de amenazas, y menos conmigo, pero desde que me lo dijo he pensado mucho y he llegado a la feliz conclusión de que no tengo nada que decir que pueda serle útil a alguien. Por eso quizá escribo en este blog. Para no quedármelo todo dentro. Caso de que me quede en blanco (entra en lo posible) me dedico a intrigar a los paseantes y ensayo frases absurdas en donde trenes de algodón descarrilan en mis sueños. A ver si algún indiscreto me para y me pide explicaciones. Estoy pasando un bache, un revés, un agujero, un no sé qué me pasa, que ni yo mismo me entiendo...Al menos a nivel semántico. Cuento, al menos, con la hoja en blanco, con ese infinito espacio de libertad absoluta. Me sigue fascinando la escritura, me sigo poniendo un poco en trance cuando junto unas palabras con otras con la ilusoria pretensión (quizá alguna vez certera) de escribir algo hermoso. La belleza, ya voy entendiendo algo de estas cosas al cabo de muchos años de lectura y de casi otros tantos de escritura, se aleja a poco que uno se esfuerce en alcanzarla. Está, sin embargo, a la mano, en la cercanía doméstica del alma, cuando no interponemos esfuerzo alguno, cuando el numen (qué será eso del numen) nos roza y nos bendice. Igual hay un dios, uno rudimentario y caprichoso, no crean que de pronto me ha dado una vena teológica, que anda guiando mis palabras y soy, como en el poema del ajedrez de Borges, una pieza que está siendo movida y hay un conductor arriba, uno también guiado y así ad infinitum. Me ha salido el latinazo. Perdonen la pedantería del viernes. Cosa de esa libertad absoluta. Libertinaje en ocasiones. Al salir luego a la calle, si encarta, hablo solo. No es la primera vez que ensayo unas frases. Unas copulativas, unas adversativas, un par de preguntas. Ya saben: el bache, el revés, el agujero.

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El alma



Al alma la emborrona la ficción de que verdaderamente existe. El alma es un paraíso alquilado. Cuando el cuerpo desciende al desorden absoluto y decide morir, el alma no gime ni se expresa en altos sonetos petrarquianos. El alma no es otra cosa que un tumor benigno. El alma se descarga en su versión laica y entonces el poeta, manumitido del corsé de los clásicos que la sublimaron, estrangula el verso y forja la épica, el lugar exacto en donde las palabras manifiestan su distorsión metafísica. Todo lo demás es interfaz. Cuando el cuerpo se declara insolvente, el alma se convierte en un hipervínculo. El alma, sr. Conrad, el alma. Dios en el secreto centro. Mi voz urdiendo coartadas. Acaba de empezar a llover en Lucena. Me acuesto sin haber encontrado el punctum del día. Hoy no es el día tampoco. Estoy falto de recursos. No me llena John Coltrane en absoluto.

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16.9.10

Una, mediana y en dos continentes...


Un vecino no es un amigo: se adiestra uno en ciertos protocolos, se deja conducir por las buenas maneras y le da a los encuentros en el rellano de la escalera o en la reunión de la comunidad de propietarios una pátina de civismo dulce y grato, una especie de teatro en el que los actores representan un papel. La vida no está en el escenario: está en las bambalinas, en los camerinos, en el backstage, que dicen los modernos. En ocasiones, la vecindad deviene afecto y, en otras, las menos, a lo conocido por mí, amistad sincera. Entiende uno que la cercanía no garantiza cariño salvo que el azar o los voluntos del alma así la exijan. Esta sociología de patio de vecinos, barruntada en plan doméstico, sin entrar en honduras a las que no alcanzo, podría convenir para entender asuntos de alta geopolítica. Quizá por eso, por las endebles y a veces hipócritas relaciones entre vecinos, pasa que un país se atreva a amonestar a otro por el simple hecho de un vecino haya decidido pasear por la comunidad y hacer una visita a su prójimo africano. El asunto de Rajoy en Melilla es la evidencia del descalabro diplomático de España, de su zozobra en el mapa, de su escaso peso en el nucleo duro de las naciones importantes. Y es que no hemos conseguido todavía ese status de nación digna de respeto al que otras sí han accedido, naciones que no suscitan, entre los pueblos limítrofes, suspicacias, sospechas de debilidad interna, esos gestos de desgobierno que los analistas extranjeros utilizan para programar sus arengas. Uno va a casa de su convecino, a echar un café en la planta de abajo, y se echan encima los que no han sido previamente invitados, los que todavía creen que un designio divino sustenta sus reivindicaciones ancestrales. En todo caso, sin dar ya más importancia a este capítulo del quebranto de España, queda la fotografía movida, esa evidencia de fragilidad expuesta en la noticia de que Rajoy haya decidido, en su rama de dirigente político legítimo, darse un garbeo por Melilla. Como si va a Cuenca. Como si sale de su casa y va a comprar el pan un par de calles más abajo. Por mí como si Mariano Rajoy planta en Melilla una segunda vivienda (o tercera o quinta) y pone la sede del PP en la frontera con Marruecos y deja Génova huérfana en Madrid. No sé si España es algo sólido y durable, pero todavía recuerdo de mi EGB sus límites, el espacio natural de sus dominios.

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11.9.10

Quemar antes de leer



El mundo está en manos de locos que saben manejar youtube y colgar sus obsesiones o locos que no saben arrancar el youtube de marras pero pueden rodearse de otros locos más expertos en nuevas tecnologías. El pastor Terry Jones sólo comparte con el director de La vida de Brian el nombre y el apellido: le falta el humor. A veces pienso que el humor es lo que va a salvar este mundo de los locos que lo habitan. Un tipo feliz, bien humorado, orgánicamente dotado para la alegría, es incapaz de encabronarse con las creencias de los demás y salir al porche de su casa o plantarse en la entrada de su templo y quemar los libros de otro Dios en nombre de la supremacía del suyo. En esto de lo propio y lo de los demás ha habido siempre fricciones, pero creía uno que el progreso, el avance en el reloj de la Historia y el sentido común de la especie humana iban a ser capaces de gobernar estos desvaríos. Qué ingenuo soy, qué ingenuos somos. El pastor americano no deja de ser un fanático de serie B, un iluminado, enjuto de carnes, comido por la ira y por las fiebres teológicas,l sólidamente convencido de que el mal, así en abstracto, empírico y molecular, está en un libro, en una colección de sermones, de prédicas, de metáforas.
Quemar libros es un acto bárbaro como pocos. El lerdo, el corto de alcances, el iletrado, tiene al libro como el mal absoluto. Da igual que hable de cocina o de literatura francesa, de dioses o de botánica. El libro es un objeto oscuro. Por eso los libros, al arder, expulsan la oscuridad. Por eso las batallas entre los pueblos suelen comenzar con la quema de las iglesias y de las bibliotecas. El que las incendia sabe que las palabras, al convertirse en ceniza, desarbolan al enemigo, lo reducen, le retiran el ardor metafísico de la guerra. Terry Jones, que no es una lumbrera y que ha prendido un conflicto que desconoce, viene a ser una especie de Travis Bickle, el inolvidable personaje de Taxi driver parido por la mente retorcida de Paul Schrader. Le basta haber aprendido una retahíla de proclamas, un puñado infame de argumentos contra el mundo y contra los que, a su enfermo juicio, lo están apartando de la recta senda, sea eso lo que eso y la construya quien la construya.
No sé si al paso que vamos, en esta cruzada flamígera, terminaremos también amontonando biblias y haciendo una pira con los santos evangelios. No tengo confianza en la cordura de los pueblos. Al pueblo, sobre todo al iletrado, se le azuza con facilidad extrema. Una vez azuzado, ya encabritado, encolerizado, convertido en un soldado, es decir, en un obrero sin decisiób, en una obediencia con armas, el pueblo es muy difícil de parar: la masa es una maldad en sí misma porque la masa no escucha, sólo avanza. Al fanático islamista le hubiese encantado que el fanático americano, de una iglesia de adjetivo peregrino y absurdo, hubiese terminado cumpliendo su promesa y el youtube alojara la proeza. Todas esas hordas de afganos con la ristra de bombas al cinto no necesita que lo inciten. Si lo hacen, quemando coranes, la guerra tendría, en sus inescrutables almas, más que sentido.
Otro asunto es la relevancia que se le está dando al descerebrado. Hasta Obama dijo que tendría que llamarlo y luego no sé si lo hizo o no. A Jones le lloverán contratos, abrirá templos, ganará adeptos, verá su cara de militar prusiano en prensa, en televisión. Siendo como son los americanos, no me extraña que anuncie rifles o una marca de cerveza. Lo espantoso de toda esta historia es que una sola persona, monda y lironda, pueda quebrar la paz o pueda incluso comenzar una guerra. Una persona sola, en su Florida natal, en su iglesia de barrio, alimentando almas de barrio, sencillas almas de pueblo que, en su mesa camilla, en su barra de bar, pueden despotricar a gusto contra lo que no les gusta, pero habría que legislar hasta qué punto una persona sola, empujada por sus convicciones, sin injerencia ajena (creemos) pueda provocar un desastre de esta altura. Claro que no habría desastre ni sería provocación si nadie se sintiese dolido por quemar un libro, aunque sea coránico, bíblico o merengue. Lo dicho: estamos en manos de locos. Nos rodea la injusticia. Nos asfixia la barbarie. Nos van a matar a golpe de salmo.
Qué instrumentos más poderosos los libros, qué arma más letal, qué triste es no saber usarlos, no amarlos, no comprender que en ellos está la belleza y la inteligencia y la tolerancia. Qué poco tolerantes somos.


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9.9.10

España es un país de cuento de hadas



España no es un país partido en dos ni un problema al modo en el que los de la generación del 98 entendieron: España es un país de cuento de hadas, una narración metafísica, un puñado de huertas y de caminos, de valles y de montañas y de ciudades de costumbres milenarias y gente buena buena de verdad.. Lo que garantiza la pervivencia de esta singularidad mitológica es el amor al terruño puro, la fe inquebrantable en los santos que la tutelaron antaño y la certeza de que ningún progreso de ningún orden (moral, económico, intelectual) podrá desviar el camino trazado en la antigüedad. Da fe de este argumento el hecho de que uno de los dos partidos mayoritarios, receptorio de un buen puñado de votos de una de esas dos hipotéticas Españas se haya presentado ante el santo Apóstol de Santiago y le haya pedido, en plan carta con membrete, con pompa y circunstancia católica, bien pertrechados de incienso, salmos y crucifijos, que vengan tiempos mejores y ellos, los subscribientes del deseo, estén ahí para gestionar el ingreso en la nueva felicidad comunitaria.
Imagino, en mis pocos alcances en asuntos de alta política, que la España descreída, la que no comulga con los santos del cielo, estará perpleja y que la otra, la creyente, la que confía en que el apóstol interceda, estará entusiasmada con la pirueta metafísica de Rajoy y los suyos. Caso de que el paro vuelva a números soportables y la economía ice vuelo y nos sonrían las cuentas habrá que volver a la Catedral y dar las gracias debidas. Y si nada de eso sucede y sigue sangrando España por todas sus autonomías siempre podremos acudir al recetario de excusas y decir que las figuras de la Iglesia no condescienden a interferir en empresas tan alejadas de su campo de trabajo, que suele hocicar más en lo etéreo, en el sufragio universal y ciego de la fe y de la salvación por las buenas obras y el recto proceder cristiano. Dios, que igual esté vigilando mi prosa en este momento, no creo que vaya a caer en ese paternalismo y dé a su cohorte de santos instrucciones fiables y precisas sobre la reconstrucción del templo. El mundo está como está, y la casa propia la adecenta el dueño. En todos los casos posibles.
Que un político de talla o, al menos, de uno con ese respaldo en las urnas, se haya arrojado al proceloso mar de las súplicas celestiales enseña al profano lo poco que hemos avanzado y lo mucho que nos queda que aprender. Creo yo que la fe es una cosa tan personal, de arraigo tan interior en el creyente, que no se puede implorar, en los tiempos que vivimos, que los problemas se solucionen por la vía mística. Es tan gordo el peso que tenemos que levantar que suena a frivolidad, a llamamiento sentimental o a reclutamiento descarado de votos sensibles y cómplices, este arrebato popular.
Una cosa es el respeto a las creencias religiosas y otra, bastante distinta, la confianza en que sea posible una injerencia milagrosa y de pronto, por obra del cielo, el Gobierno (que en este caso no pinta en este deseo nada de nada) encuentre la varita mágica al desempleo, por nombrar un cáncer, y el pueblo vuelva a la bonanza aznarista, a ese periodo de crecimiento asombroso en donde la provisión de fondos se desfondó. La clase media y la clase baja, los que no alcanzan a fin de mes y los que no alcanzan ni a la primera semana, pueden respirar tranquilos. Todo lo que pueda pasar es que la economía renazca de sus barros y haya algún avispado que lo atribuya a la gestión del Santo Patrono gallego.
Mientras tanto, a pie de calle, molidos a deudas, seguimos en penumbra. Si Rajoy y la cúpula del PP quiere postrarse ante un santo, que lo haga en capilla privada, lejos de las cámaras, en petit comité, en Génova, en donde les plazca, y que sus voluntos milagrosos queden en casa. El cristiano al que más admiro, tengo entre mis allegados y amigos algunos que verdaderamente creen y a los que respeto hasta el desmayo, es el que no hace propaganda de su fe, el que en casa, en esa privacidad espiritual, pide a Dios que ayude a los suyos y, de camino, eche también una mano a la patria, que anda estos días de capa caída o herida o muerta. Y encima vienen los argentinos y nos meten cuatro y un serbio de nombre ya olvidado cuela desde nueve metros un triple que nos sacude del sueño del oro. Está visto que cuando el deporte falla, está pasando, la patria hace más aguas. Nos habíamos acostumbrado a vivir en la opulencia deportiva. Igual en el gol de Iniesta en Sudáfrica colaboró algún santo local. De Albacete, imagino. A mí, que estuve en Santiago este verano y vi bien de cerca al mentado Apóstol, no se me ha aparecido todavía la luz de la confianza, el sencillo camino de la fe.

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7.9.10

Se necesitan malos poetas




El poeta Fogwill murió este verano. Tardíamente, le entrego mi pésame a las Letras. Transcribo uno de sus poemas. Se necesitan poetas malos, pésimos, deplorables, pero que lleguen adentro cuando escriben, y revelen y cuenten cómo es el mundo en el que vivimos. La poesía como bisturí de las cosas. La poesía quemando en la retina, iluminando las sombras que alojamos en la conciencia y que nos inmunizan contra el asombro. Hay que beberse el asombro, hay que aventarlo, hay que convertirlo en luz y abrir de par en par, tozudamente, los ojos.


Llamado por los malos poetas

Se necesitan malos poetas.
Buenas personas, pero poetas
malos. Dos, cien, mil malos poetas
se necesitan más para que estallen
las diez mil flores del poema.

Que en ellos viva la poesía,
la innecesaria, la fútil, la sutil
poesía imprescindible. O la in-
versa: la poesía necesaria,
la prescindible para vivir.

Que florezcan diez maos en el pantano
y en la barranca un Ele, un Juan,
un Gelman como elefante entero de cristal roto,
o un Rojas roto, mendigando
a la Reina de España.

(Ahora España
ha vuelto a ser un reino y tiene Reina,
y Rey del reino. España es un tablero
de alfiles politizados y peones
recién comidos: a la derecha, negros, paralizados, fuera del juego).

Y aquí hay torres de goma, alfiles
politizados y damas policiales
vigilando la casa.

A la caza del hombre,
por hambre, corren todos, saltan
de la cuadrícula y son comidos.

Todo eso abunda: faltan los poetas,
los mil, los diez mil malos, cada uno
armado con su libro de mierda. Faltan,
sus ensayitos y sus novela en preparación.
Ah.. y los curricola,
y sus diez mil applys nos faltan.

No es la muerte del hombre, es una gran ausencia
humana de malos poetas. Que florezcan
cien millones de tentativas abortadas,
relecturas, incordios,
folios de cartulina, ilustraciones
de gente amiga, cenas
con gente amiga, exégesis, escolios,
tiempo perdido como todo.

Se necesitan poetas gay, poetas
lesbianas, poetas
consagrados a la cuestión del género,
poetas que canten al hambre, al hombre,
al nombre de su barrio, al arte y a la industria,
a la estabilidad de las instituciones,
a la mancha de ozono, al agujero
de la revolución, al tajo agrio
de las mujeres, al latido
inaudible del pentium y a la guerra
entendida como continuidad de la política,
del comercio,
del ocio de escribir.

Se necesitan Betos, Titos, Carlos
que escriban poemas. Alejandras y Marthas
que escriban. Nombres para poetas,
anagramas, seudónimos y contraseñas
para el chat room del verso se necesitan.

Una poesía aquí del cirujeo en la veredas.
Una poesía aquí de la mendicidad en las instituciones.
Una poesía de los salones de lectura de versos.

Una poesía por las calles (venid a ver
los versos por las calles...)

Una poesía cosmopolita (subid a ver
los versos por la web...).

Una poesía del amor aggiornado (bajad a ver
poesía en el pesebre del amor...)

Una poesía explosiva: etarra, ética,
poéticamente equivocada.

En los papeles, en los canales
culturales de cable, en las pantallas
y en los monitores, en las antologías y en revistas
y en libros y en emisiones clandestinas
de frecuencia modulada se buscan
poetas y más malos poetas:
grandes poetas celebrados pequeños,
poetas notorios, plumas iluminadas,
hombres nimios, miméticos,
deteriorados por el alcohol,
descerebrados por la droga,
hipnotizados por el sexo
idiotizados por el rock,
odiados, amados por la gente aquí.

En las habitaciones se buscan.
En un bar, en los flippers,
en los minutos de descanso de la oficina,
entre dos clases de gramática,
en clase media, en barrios
vigilados se buscan.

¿Habrá en la tropa?
¿En los balnearios, en los baños
públicos que han comenzado a construir?
¿En los certámenes de versos?
¿En los torneos de minifútbol?
¿Bajo el sol quieto?
¿A solas con su lengua?
¿A solas con una idea repetitiva?
¿Con gente?
¿Sin amor?

No es el fin de la historia, es
el comienzo de la histeria lingual.

Todo comienza y nace de una necesidad fraguada en la lengua.
Falsifiquemos el deseo:
Te necesito nene.
Para empezar te necesito.
Para necesitar, te pido
ese minuto de poesía que necesito, necio:
quisiera ver si me devuelves el ritmo de un mal poema,
que me acarices con sus ripios,
que me turbes la mente con otra idea banal,
y que me bañes todo con la trivialidad del medio.

Y en medio del camino, en el comienzo
de la comedia terrenal, quiero vivir
la necedad y la necesidad
de un sentimiento falso.

Se necesitan nuevos sentimientos,
nuevos pensamientos imbéciles, nuevas
propuestas para el cambio, causas
para temer, para tener,
aquí en el sur.

Y arriba España es un panal
de hormigas orientales:
rumanas, tunecinos,
suecas a la sombra de un Rey.

Riámonos del Rey.
De su fealdad.
De su fatalidad.
De Su Graciosa Realidad.
La realidad es un ensueño compartido.
La realidad de España
es su filosa lengua pronunciando la eñe
y su mojada espada pronunciando el orden
del capital y la sintaxis.

¡Ay, lengua:
aparta de mí este cuerno de la prosperidad clavado en tu ingle,
suturada de chips, y cubre
nuestras heridas con el bálsamo de los malos poemas..!

3.9.10

Ganas de escribir


A fuerza de pensar uno en un mundo perfecto, se piensa siempre en la música, en el placer absoluto de un buen libro leído en esa intimidad en la que uno se reconcilia consigo mismo y con el universo, se piensa en la belleza, en el amor que mueve el cielo y mueve las estrellas, como escribía Dante.
A K. se le ha ocurrido que la única felicidad posible está en las matemáticas. Dice que en los números está el equilibrio, está el orden, está esa perfección inquebrantable que no puede confiarse a ninguna disciplina moral o intelectual. Lo dice con estruendo semántico a pie de barra de bar de modo que el camarero, que va y viene a capricho de las cañas que le vamos pidiendo, nos dice que en estos tiempos que vivimos la perfección es un aburrimiento, un síntoma del tedio de este neoliberalismo cainita y un poco cabrón con el que nos amenizan la estancia en la tierra. Que se lo digan a los mineros de Chile o a los que sufren las penalidades del hambre y del frío, de las enfermedades o del calor extremo, de la pobreza endémica que se enseñorea por las calles y no conoce filosofías ni algoritmos y se ensaña con sus víctimas hasta hacerlas perder la alegría, que es una de las más hermosas formas de felicidad que se pueden conocer.
A K. la alegría le parece una de las señales de la inocencia. Me confesó anoche que ya no soporta la realidad y que ha descubierto vías muy eficientes para censurarla. De entrada no se deja embaucar por la ilusoria felicidad de estar al día. No lee prensa, no oye la radio, no entra en internet, no se involucrar en conversaciones que puedan ponerlo en guardia, enrabietarlo, convertirlo en el animal dialéctico que en el fondo es. Pero K. se tira estos faroles de cuando en cuando. Mi abuela lo decía: hay gente que le encanta llamar la atención y sólo disfrutan llamándola. K. es de esos. Yo, en ocasiones, también. A veces he pensado que este blog entero es eso, una forma de llamar la atención, algo como miren, soy Emilio Calvo de Mora, escribo, tengo una vida interior, amo el jazz, los cuentos de Borges, el cine negro, entren, prueben a sentarse a mi mesa. Y mientras uno tontea con estas frivolidades burguesas, una broca perfora el suelo de Chile para sacar del infierno a treinta y pico mineros o hay gente que muere de cáncer o de asco. En el fondo, haré como K. Me prohibiré las noticias un mes. Dejaré de escribir de aquí a Navidad. Luego me cago en mi palabra. No tengo palabra. O tengo muchas, y desde mi adentro colérico, desde mi adentro lírico, desde mi adentro esdrújulo y cabezón, las palabras brotan, se comportan como si no me pertenecieran y se entregan al alegre fornicio de la prosa.

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La gris línea recta

  Igual que hay únicamente paisajes de los que advertimos su belleza en una película o ciudades que nos hechizan cuando nos las cuentan otro...