Fotografía / Inge Schuster
De quien nada sabe se puede esperar el milagro de la clarividencia absoluta. El que ve un color puro y cree haber encontrado la paleta de colores con el que Dios apartó la locuacidad infinita de la nada. El sensible sin interrupción. El facultado para dar con la esencia de las cosas con tan solo una exposición pequeña a su influjo. El creyente. Porque no es entender de lo que se trata, sino creer. Es la fe la que pulsa las cuerdas del universo para que suene la música de la luz.

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