3.11.25

Brújulas ciegas

 Ella entra en la habitación de hotel. Deja una maleta de mano en la cama. La abre, coge algo. Está en el cuarto de baño, aseando. Se oye el agua de la ducha. No tarda mucho. Sale con ropa cómoda, como de andar por casa. Abre el cajón de la mesita de noche y saca una biblia pequeñita con unas letras doradas. Lee unas páginas. Se la ve ensimismada. Más tarde abre la ventana y arroja la biblia a la calle con aprendida brusquedad. No se queda a ver dónde cae. Luego llama al servicio de habitaciones y se queja de que no hay biblia en el cajón de la mesita de noche. Le suben una y hace exactamente lo mismo. Lee unas páginas. Se la ve ensimismada. Abre la ventana. La arroja. Llama al servicio de habitaciones. Cuando la situación se hace insostenible y el gerente la reprende por el teléfono, determina vestirse, coge su maleta y baja a recepción para abonar el día o la parte del día en la que ha tenido uso de la habitación. Coge un taxi. Le dice al taxista que se detenga en el hotel más cercano. Da igual cuál. Que se dé prisa. Ocupar la habitación. La maleta. La ducha rápida. La biblia. La ventana. Él no volverá. La condición del fantasma es la ausencia. También la De Dios. Todos los hoteles son el mismo hotel. Una vez que has dormido en uno, puedes decir que has recorrido el mundo. Todos las biblias son mapas de la esperanza. Estará escrito en algún sitio. Alguien sabrá los motivos. Hay personas cuya fe hace que la ajena exista, brújulas ciegas. 


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