24.10.19
La gran poesía del principio del mundo
Escribe Pérez Estrada que hay un copón del siglo XVII en la Basílica de Santa Gloria de Ferrara que conserva un beso del Arcángel San Gabriel. Gómez de la Lastra añade que el beso es joven y aletea dentro del copón, que las mozas con el virgo entero advierten más nítidamente la respiración angustiada de sus alas. Al hilo de estas volutas, refiere mi amigo Juan José Pérez, con el que intercambié cromos y fatigué plazas con un balón mal llevado en los alegres pies, que la mente ociosa inventa distracciones, que no hay beso tal, que no aletea ni brinco lo agita y que las mozas con el virgo entero no se preocupan de besos que no muerden. Yo no me pronuncio, no tendría con qué sostener mi criterio. Es mejor dejar registrados los milagros. No hay que esmerarse en razonarlos. En cuanto se pesan y se les asigna un rango, el milagro abandona su hálito poético (tan hermoso) y se desarbola y perece. Lo que hay que hacer es consignarlos, registrar su prodigio, hacer inventario de lo que no es posible medir. La poesía es el verdadero rostro de la eternidad. La vida eterna está en las metáforas. Todos los apóstoles de los santos evangelios tenían el noble anhelo de ser poetas. La felicidad no se deja gobernar por logaritmos.
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