6.7.11

El agua mana dentro del tiempo


                                                          Rafael C. Roldán

                                                                  

No sé cuántas tarjetas de memoria tengo, pero en casa ya no hay cajas de zapatos llenas de fotografías. La memoria se fractura con estas renuncias dictadas por el hilo de los tiempos o convenidas para hacer llevadera la tarea de fotografiarlo casi todo ahora que  la cámara oscura ha sido sustituida por la alta tecnología y no cuesta nada registrar todas las puestas del sol del mundo y etiquetarlas en un archivo cifrado en un disco duro. Barthes decía que la fotografía era un ejercicio de suplantación al imponer el yo al otro, al imponer a lo registrado en la cámara un lenguaje propio, una manera de fijarlo, una especie de advenimiento fabuloso de la creatividad. El que mueve una cámara y busca un enfoque óptimo o una luz que le agrade se está transformando, aunque sea liviana y brevemente, en un artista.

La memoria no guarda películas, guarda fotografías, decía Kundera. Por eso admiro a quien estudia lo que observa y lo razona y lo traduce a la conveniencia de su propósito, el que ejerce de poeta y hace palabras de luz lo que a la vista carece de texto. Lo que la naturaleza le cuenta a la cámara es distinto a lo que le cuenta al ojo, escribió Benjamin. La narratividad de lo fotografiado excede a veces a la que proyecta la pintura. Es el ojo el que se siente cómplice de lo fijado en el papel, de ese instante en donde la realidad se detiene y se eterniza. La pintura, bien al contrario, es una narración ya avanzada en el momento en que se observa. Picasso ya contó algo. Rembrandt ya fijó una manera de pervertir lo que la naturaleza le ofrecía. El observador se dedica a seguir la senda, que está obligadamente ya marcada, abierta y en disposición de uso. Lo que se fotografía preserva un momento que de otra forma se perdería, se convertiría en pasto de la memoria pura, que tiende a deformar a su antojo lo que tutela. Man Ray fotografiaba lo que no deseaba pintar, las cosas que tienen ya una existencia.

Me gusta mucho el ardor con que Muñoz Molina habla siempre de la fotografía en sus sueltos de prensa cultural. No comparte la mezquindad con que algunos teóricos fijan la fotografía como un reino frío y fortificado contra el mundo, en un club exclusivo, en una secta dotada de la pertinente jerga, del imprescindible hermetismo. Al que ama la fotografía le gusta saberse partícipe de un privilegio que, en cuanto manifestación artística, no está al alcance de todo el mundo. El fotógrafo sabe que está contribuyendo a la construcción de un imperio de los sentidos, uno invisible, que se materializa en cuanto el ojo avisado, el que entiende los códigos y los patrones, los vicios y las técnicas, contempla el papel impresionado, aunque sea en una pantalla o en una televisión de última generación.

La jerga que nombra Muñoz Molina es fascinante: fascina por lo que tiene de precisa, por lo que abarca y hacia dónde se dirige.  Barthes, en su oficio, en ese hurgar en lo real y en ese subvetirlo, es un poeta, uno que no es indiferente a nada de lo que le rodea y se declara observador universal, paciente detective, obrador de un masa sensible que opera bien adentro de cada uno. Al pensar en Barthes pienso en mi maestro Luis Sánchez Corral y en cómo echo en falta conversaciones sobre la ficción y sobre la metaficción, sobre la violencia de la fotografía y sobre la prosa de Haro Tecglen en los bares que rondaban la Facultad, pero no hay ninguna fotografía que me permita no distraerme con los recuerdos y abrir únicamente los que de verdad produjeron el milagro de la palabra, de los gestos, de esa vida que ya no existe y que hizo probablemente que la de hoy sea como es, sin más.

Quizá se retrata el alma. Eso pensaban los antiguos, los primeros, los que dejaron el daguerrotipo y vieron la maravilla de la cámara fotográfica y cómo podían escribir la luz, detener el tiempo, todas esas cosas que en principio están fuera del alcance de uno y sólo se reservan a las deidades o a los poetas finísimamente dotados de sensibilidad y de genio. No creo yo en otra alma que no sea la que me asiste cuando la belleza me ronda. El alma es ese misterio que nos acerca a lo mágico. Yo he visto el alma de muchas personas alojadas en su retrato, en su cara entre otras caras, en su figura engañada entre otras figuras. El alma que yo conocí vuela de la fotografía a mi cerebro y me convence de que la instantánea es en verdad un mundo hermético al que sólo el portador de la llave, el obrador de la causa de la magia, se le permite entrar. He visto desfilar historias que no existían en mi conciencia y que estaban ahí alojadas, en la foto, en el teatro de las sombras compartido, secretamente custodiado en una caja de zapatos, en un disco duro, en un marco expuesto a la vista de todos, en las páginas de un libro, como un marcador emocional que nos guía y se convierte, a su modo, en un personaje más de la trama.

No tengo una gran cámara de fotos. Ni pienso tenerla. Soy de los que no sirven para hacer grandes fotografías como tampoco soy de los que puedan escribir una novela  (constancia, ay, dedicación plena, de la que no dispongo) o embarcarse en aprender a tocar un instrumento. Todo eso ha sido intentado y en todo he advertido obstáculos. Algunos, insalvables. Está bien que escriba de vez en cuando, en este balcón público. Esa es mi única contribución a la creatividad universal y tampoco sé si la ejerzo con oficio o es tan sólo un entretenimiento sin propósito, un registro, uno de esos diarios que escondíamos con empeño y que escribíamos a hurtadillas, privando al mundo del ser sentimental que en el fondo éramos. No tengo (decía) cámara de fotos de altura (como la que se gasta mi amigo Rafa, con objetivos escandalosos y precios de susto, da igual el orden) pero manejo una compacta más que competente (una Leica) con la que salgo de vez en cuando. Me limito a fijar instantes. La zambullida en el agua. El brindis en la mesa del bar. Los amigos fumando en la puerta del restaurante (ay ZP, qué sacrificio con los rigores de la canícula en el sur) o la de los hijos al pasar de los años, como testigo casi involuntario, del paso marcial del tiempo, de cómo nos vamos haciendo viejos, de cómo a lo que nos entregamos se hace rico y nos deja a nosotros bien pobres, como escribió Rilke. Mi pobreza es fantástica. Buscada. Advertida en su decurso y paladeada. Una pobreza que no precisa recursos ni patrulla de rescate. Admiro el trabajo ajeno y no siento ni vocación ni deseo de forjar yo uno mío. La aprecio, mi pobreza, en la medida en que me permite disfrutar de un arte sin tener que practicarlo, sin sentirme obligado a vivir en los dos lados, a sentir lo que se siente en ambos. Escribir hace mejor lectores y viceversa, me decía K. en una ocasión. No sé si ese argumento, que comparto a medias, sirve para el fotógrafo o para el pintor o para el que filma una historia de zombis sin haber echado un vistazo siquiera a la obra de Romero.

Hay una inclinación natural a lo sensible que no precisa de academicismos: se salda con ese numen misterioso que extrae lo deslumbrante de lo que en apariencia es rutinario y sencillo. Como el agua manando de la fuente de la foto de mi amigo Rafa. Eso ha provocado que escriba. Se lo debía. En un bar del centro de Córdoba charlamos de lo divino y de lo más acendradamente humano, decantando birras, fumando sin abuso, mezclando a Charlie Parker con Juan Luengo.




18 comentarios:

José Félix Ogalla dijo...

He hecho miles de fotografías y de pronto he entendido algo de lo que hago. No harás fotografías, Emilio, según comentas, pero bien que entiendes lo que sentimos nosotros, los llamados fotógrafos. Un saludo y mi admiración.

Eduardo Galán dijo...

Fotografío perros y atardeceres desde hace veinte años por lo menos. Nunca tuve caja de zapatos, pero ahora me duele un poco confiar todo a un disco duro y ver mis cosas en una pantalla de ordenador. Hemos perdido, cierto es, el romanticismo, aunque mis perros sean a veces chuchos y tengan el romanticismo nulo.
Me ha encantado la cita de Kundera. La había escuchado, pero no sabía que fuese suya.
Un saludo.

Elfrit dijo...

Es un arte mercantilizado, convertido en objeto de consumo y razonado como una derivación mecánica, a menudo frívola, que no combate a las otras artes nobles porque es más bastarda, menos noble. En nada de acuerdo. Veo que usted tampoco.

el hijo de tm dijo...

Qué limpieza de foto, qué hermosa es, qué de Córdoba es, ahora que la han defenestrado a mi pesar, que aunque no cordobés de nacimiento, adoptivo en tiempos, le tengo cariño a esa tierra y todo lo bueno que le pase es poco. Un saludo...

Ramón Besonías dijo...

Hay, Emilio, una fotografía de dominguero, con el encuadre asimétrico y los ojos rojos, la foto familiar, la que después pasa al álbum que años después te hace sonreir, o llorar.

Después está quien tras el objetivo busca un poco de belleza, el que sabe que a pesar de los afanes diarios y las vilezas del mentidero, el mundo es un lugar hermoso, merecible, e intenta captarlo tras en la toma.

Quizá no haya diferencia entre ambos fotógrafos. Quizá todos queremos atrapar el presente, congelarlo para sí; quizá la fotografía sea solo eso, un intento futil de evitar la muerte. Como lo es la literatura.

En mi caso, que suelo llevar a menudo a cualquier sitio mi pequeña cámara, el acto de fotografiar (que no la fotografía en sí) tiene un valor similar al que le daba Barthes. Busco el detalle, el momento crucial, el gesto imposible, la belleza subyacente. La mayoria de las veces no la encuentro, y cuando sucede, es habitual que al volver a mirar con detenimiento las fotos, descubra entonces ese detalle, ese fulgor de vida primitiva que antes no aprecié. Ese milagro.

Anónimo dijo...

Gran Arte, el más grande del siglo XX junto con el cine. Me ha gustado la cita de Kundera, muy oportuna a tus propósitos estilísticos, grandes, como siempre



Rafa

Miguel Cobo dijo...

Delego siempre en los demás el uso de la cámara. Ni la casualidad se confabula con mi impericia para que el resultado de mis infrecuentes intentos no sea otro que el desenfoque, el desencuadre y la imagen corrida...¡Un desastre! Sin embargo disfruto viendo buenas fotos y admiro a los buenos fotógrafos, los de mirada lúcida.

Ésta de Rafael Roldán no es sólo agua que mana dentro del tiempo, sino que es el propio tiempo el que se detiene ante el prodigio del agua, cuyo rumor se escucha en su triple arco de surtidores, en diálogo con la triada de arcos de piedra intemporal que los miran.

Enhorabuena al fotógrafo y a su exégeta.

Juan Herrezuelo dijo...

Y ese asombro de verte fotografiado en la misma reunión donde tú también hiciste fotografías, y sentirte tan fuera de ti mismo, tan ajeno, tan otra perspectiva, y rechazarte: uno es más la foto que hizo a los otros que ese extraño que uno es para los demás, esa baba de diablo que estaba en la escena pero no contaba con estar en el objetivo. (Tu magnífico texto da para mucho más que este comentario mío, pero, ay, la esclavitud de la brevedad). Un abrazo.

Anónimo dijo...

Barthes, Kundera, Benjamin, Rilke... ¿quién es K.?


a

Anónimo dijo...

Si bien, más que bien, está el texto, mejor está la foto. O viceversa. Qué gusto.

Ana

Anónimo dijo...

Dónde sería posible encontrar más fotos de Rafael C. Roldán?


Eduardo Galán

Nicolás Pérez Torralbo dijo...

Tengo a la fotografía como un arte mayor al igual que lo es el cine o la escultura o la pintura, nombrando artes en que la imagen nos convoca y nos pide una interpretación. Lo es en igual grado. El cine bebe de la fotografía, y hasta la pintura tiene en la fotografía un material precioso para investigar nuevos caminos, o es al revés y la pintura hace que el fotógrafo (entiéndase el entendido) fotografíe como si pintase o como si escribiese o como si esculpiese. Creo que todas las artes están íntimamente relacionadas y las que tienen que ver con lo icónico más aún y de una forma más imbricada y profunda. Me ha gustado mucho tu escrito, mucho de verdad. Has resumido, necesariamente de forma breve, cosas que yo explico en clase (enseño en la universidad teoría de la imagen entre otras cosas)...
La fotografía de tu amigo Rafael, con el que no dudo que echarás buenas "birras" y cigarros "sin abuso" (muy bueno eso) dará para que habléis despaciosamente en una terraza de la Córdoba que hace ya más de veinte años que no visito.
La última vez fue en un seminario sobre cine y literatura, precisamente, del que guardo un muy buen recuerdo y un par de buenos amigos.
Les daré un vínculo a este escrito y a tu página.
Un saludo afectuoso.

pedro dijo...

Se huele el agua y se mete uno en el escrito de una forma sublime, amigo Emilio.
Enhorabuena a ambos.

Rafael Roldán dijo...

El Arte tiene un principio fundamental: el extrañamiento. Recuerda a Barthes, Eco y, claro, a Sánchez Corral. De la misma forma que no encontramos Arte en las páginas de local del Córdoba, en los episodios de Gran Hermano o en los edificios de protección oficial de cualquier barriada periférica; tampoco podemos tenerlo en la foto casual de un jovenzuelo haciendo botellón, en la que con todo cariño le hacemos a nuestros hijos tirándose a la piscina o en la que posa la familia con la abuela en el cumpleaños de la sobrinita.
Si la escritura nos sorprende por el uso de las palabras (Borges) o de los argumentos (Cervantes), el cine por la imagen (Kubrick) o el guión (Hitchcock) o la arquitectura por la grandiosidad (gótico) o las soluciones valientes (acueducto romano), la fotografía ha de provocarnos la conmoción mediante el uso de una técnica y la plasmación de determinados elementos. La técnica se aprende, es cuestión de práctica, y el ojo se habitúa a esa mirada "extraña" en la que vemos lo inusual. Cierto, de mucho leer aprendemos a escribir; igual que de mucho ver aprendemos a mirar. Sólo hay que buscar, ver, emocionarse, observar, entender... y darle al disparador cientos de veces; después vendrá la decepción cuando llenemos la "papelera de reciclaje", aunque, un buen día, nos sorprenderá esa imagen que... ¿he sido yo quien la ha hecho?
Gracias.

Rafael Roldán dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Lucio dijo...

Extrañamiento, cierto, desdoble del yo rutinario que desea encontrar un yo mágico.En el Arte está la magia que perdemos cuando la vida nos conduce por los sitios por donde nos conduce, el trabajo, la vida familiar, pasear al perro, tirar la basura, pero lleva razón Rafa, el último Rafa, y que hay que saber mirar y aprender a mirar es un oficio. Enhorabuena, fotógrafo, escritor.

Anónimo dijo...

Lo de Horacio y el Marca y el Barroco no tiene desperdicio, amigo.
No tenía otro lugar en donde ponerlo.
Saludos de julio

Rafa

Emilio Calvo de Mora dijo...

Gracias a todos los comentaristas, amigos en su muy mayor parte.
Es un post especial porque la foto que lo ilustra es un buen amigo, comentarista también. Gracias, pues, dobles.

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