Hay que pertrecharse de superpoderes para escribir una novela o para elevar la cumbre a veces pesarosa de los días o para acometer la rendición de informes que exige con absurdo entusiasmo la administración educativa o para fingir que son tiempos de bonanza y no nos abaten los desmanes de las guerras o para encontrar el punctum de lo realidad o para consolarse cuando uno quiere abrazar a los que ya no están o para vivir con el corazón limpio como la nieve al decantarse en la tierra. Así que me quedo con el bueno de Barthes y su desprecio al studium y solo quiero dixieland en la sangre, brincos de corcel fogoso en el aire que ocupa la avara extensión de mis pulmones.
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