Con su delicada ocupación del aire, intimando en pureza con la luz recién ofrecida al día, el pájaro recobra la melodía del vuelo. Un palimpsesto, sus alas; un pulso obsequiado de gracia, una tenue locura en la que se inicia y clausura un loco baile sin término ni propósito. No sabemos por qué vuela un pájaro. En la limpia certeza de sí mismo, impreciso y hermoso, aletea, cimbra, adquiere la secreta posesión de esa música sutilísima, se concede la licencia del tiempo, su desorden lúcido, la verdad con la que todo reverbera y muta y finalmente se oculta, sobrecogido por el ruido, por el cansancio, y escribe un milagro de una sencillez que sobrecoge a quien lo mira. Hoy, al abrir la ventana, un pájaro cruzó la calle. De pronto he sentido por él una especie de antigua hermandad. El aire fue entonces extensión de sus alas. Mis ojos trazaron la acrobacia de su fuga. No sé si uno se contenta con estas pequeñas epifanías, pero el día abre con más entera hermosura si suceden. Algo habrá que lo desmienta. Que sea generoso el martes.
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