La realidad existe porque creemos en ella. La fe es el aliento que mueve su maquinaria hermosa e impredecible, la que percibimos y la que no. Fe en que llueva y en que luzca primorosamente el sol. Fe en la niebla y en el frío. Hay que creer en los paisajes y en las palabras. Cuando bajamos la guardia y perdemos esa primorosa irrupción de las metáforas trastabilla el ánimo, se desentona y adquiere el temblor de lo inexacto o lo perturbado. Hoy el día se ha entenebrecido. La niebla es una república de lobos. Aúllan a lo lejos. Qué desatino su lamento. Qué imposible desquicio el de su abandono. Los lobos existen porque creemos en ellos.
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