19.11.18

Las palabras de la luz



Fotografía: Emilio Calvo de Mora

Ayer hubo tormenta. Me gustan. Siempre me fascinaron. Por más que deseé que durara, pasó de largo con prisa. No así la lluvia, que no dejó de caer durante todo el día. A veces prorrumpiendo con más fiereza, sin hacer temer uno de esos diluvios que con frecuencia suceden; otras, las más, con recia mansedumbre, acrecentando cierta sensación de oficio mecánico, como si la lluvia supiese qué hacer y se aplicase en ese cometido. Hay paisajes que poseen vida propia, invitan a pensar que se exhiben de una forma u otra a capricho de su voluntad, un poco vanidosamente. Nunca son iguales, no se repiten, ni se llaman. Tenemos en ocasiones la facultad de percibir ese milagro. Miramos con tanta obediencia que no alcanzamos a ver por debajo. Miramos sin percutir, miramos sin determinación ni arrojo. Hay paisajes que aturden. No porque sean el colmo de la belleza y animosamente se impregnen en uno y lo turben. Son sencillos, no tienen más alcance del previsto, ni siquiera perduran en la memoria una vez que se han abandonado. Concurren, al mirarlos, la sensación de que no volveremos a verlos y, al tiempo, la de que tal vez algo maravilloso se nos escapa. Esa esa condición de lo etéreo la que nos marca, la dolorosa percepción de que hay una recompensa y no la vemos o de que la dicha anda agazapada entre los árboles o en el ángulo que deja entrever la persistencia de la luz de la farola entre las ramas. Queda el consuelo verbal, la insistencia del fuego de las palabras. Se acoge uno a contar lo que no ha podido registrar para que se produzca otro milagro, el de la poesía, que no siempre está a mano, por más que uno desee. Mirar conmociona. No es que haya verdad o mentira en lo mirado: lo que hay es vida. Bajo la advocación de la luz, en su regazo, ocupados en merecerla, pasan los días. Después de hacer la fotografía cayó con suavidad la noche. Se hizo completa muy poco después. La oscuridad lo zanjó todo. Fue como si el mundo se echase a dormir y soñara. Quizá haga eso.

1 comentario:

Joselu dijo...

Hace unas semanas estaba en la Bretaña y, por azar, fui testigo de un atardecer que debieras haber visto tú porque seguro que habrías sabido extraerle mediante las palabras un desarrollo narrativo acorde con la majestuosidad que poseía esa mezcla de rojos, naranjas y lilas puramente onírico. La verdad no sé si hay muchos atardeceres así. Yo no los veo nunca porque vivo encerrado en una patio de casas desde el que no hay perspectiva si no es las casas que rodean mi terraza. Tal vez sea algo más habitual de lo que yo sentí. Me quedé anhelando poseer el don de las palabras para describir la sinfonía cromática, puramente pictórica, que estaba deslumbrándome a través de un claro en el bosque. Hoy cuando leía tu espléndido texto sobre los paisajes, o sobre algún paisaje, he pensado en que tú debieras haber visto aquel para que apareciera aqui en forma de poema en prosa en que se mostrara la maestría del que escribe ante la maravilla de lo dado, es decir, una parcela de universo.

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