17.1.15

Señora mirando un cuadro de Rubens





Hay cosas a las que uno presta una atención distraída, ante las que pasa sin detenerse, sabiendo o sin saber que probablemente nos perdamos algo hermoso, algo a lo que estamos dispuestos a renunciar. Se puede vivir una vida entera sin apreciar la belleza, pero no sé si es en verdad entonces una vida sentida o es otra cosa, la costumbre de los días con sus noches, el tráfago penoso del tiempo, con sus miserias enormes o con sus dolores imperceptibles. La fascinación que produce la visión de la belleza no se parece a ninguna otra. Está el alma en vilo, sobrecogida, está uno débil, débil absolutamente, rendido, mejor expresado: no se le ocurre batallar contra lo que observa, plantear alguna contienda seria contra el objeto que lo traspasa, del que se impregna. Da igual la experiencia adquirida, el conocimiento poseído, el arte - la belleza, la gran belleza - aturde, anula, pero no empobrece, no excluye, ni daña. El arte es un artefacto de muchas capas, un objeto que en realidad esconde muchos objetos. El objeto cuadro de la fotografía está enmarcado en la fotografía en sí, incorporando a la señora, cuya injerencia mueve el punto de referencia, que puede dejar de estar en el cuadro mismo y alojarse en ella, en el pie derecho levemente levantado, como si estuviese aupándose, izando la vista por afinar la mirada. No afinamos la mirada, no nos esforzamos en ese sencillo acto de reivindicación de la posesión de la realidad. Somos dueños de la realidad, pero no hacemos uso de esa propiedad. Desatiende uno la maravillosa riqueza que se abre delante y a colores se despliega como un atlas, pero podemos educar para que lo observado perdure, para que el acto de mirar trascienda o para que - ya acabo - mientras miramos se produzca el milagro de las catedrales, esa sensación de sentirse algo irrelevante, de aceptar que hay cosas prodigiosas y que están ahí para que las abramos y veamos, capa a capa, qué hay dentro, hasta qué punto pueden hacer que nuestra vida, ay, sea más feliz. Igual se trata solo de eso, de que la belleza nos haga más felices. Más inteligentes y más felices. El cuadro de Rubens con la señora adentro es un excelente modo de pensar en ese regalo inadvertido. 

8 comentarios:

María Morales dijo...

Maravillosa la vida con el arte conduciéndola. Qué lujo de texto, maestro.

JLO dijo...

linda reflexión.... y la foto es impactante....

José Luis Martínez Clares dijo...

Ciertamente, ahora mismo me siento irrelevante pero más feliz. Un abrazo

Emilio Calvo de Mora dijo...

La vida es una exposición continua, y sí, María, es maravillosa y la belleza, aunque no lo apreciemos, hace que la vivamos con más intensidad.

Gracias, JLO.

Ser irrelevantes: qué placer. No tener nada más que la pequeña voluntad de asistir a una función, no pretender nada más, sentirse ya pleno y feliz por estar en la butaca, agradeciendo que se reproduzca para nosotros, José Luis. Un abrazo grande para ti, amigo.

Setefilla Almenara J. dijo...

También este escrito es un cuadro de gran técnica y belleza. Leyéndolo tengo el alma en vilo, afinada la mirada, la señora soy yo misma, Emilo.
Abrazos.
Sete.

Josefa dijo...

Con esta exelente entad entrada. Haces de tu blog un espacio cultural digno de visitar.
Un cordial saludo.

Carlos dijo...

El arte nos hará libres. Y si no nos hace libres, hay muchos impedimentos, nos hará más felices. En eso te doy la razón. Y la felicidad y la libertad de la mano van...

Juan Perea dijo...

Llevo mucho tiempo sin leer con calma y agradezco que en la red haya buenos sitios en donde leer, con calma, sobre la belleza, sobre la vida. Agradecer la propuesta estética, las intenciones estilísticas.


Un aforismo antes del almuerzo

 Leve tumulto el de la sangre, aunque dure una vida entera su tráfago invisible.