Fue uno de esos rostros perfectos del precario star system del jazz en
los cincuenta. Luego los excesos levantaron la cartografía exacta del
dolor, que a veces era un chute de heroína en el muslo, una zona
escasamente transitada de agujas, o una temporada en la cárcel para
saldar deudas con la sociedad a la que regalaba el don de la belleza con
su trompeta. Ya saben, cosas de camellos. Chet Baker
está ya hecho polvo en esta fotografía, portada de un disco que llevo
escuchando a trompicones, con entusiasmo, con siempre renovado asombro,
desde anoche. No toca como solía: se ve la pereza, la pérdida de la
jovialidad. Chet, en este último gran concierto, toca triste, pero me da
exactamente lo mismo. Sólo hay que mirar la fotografía, los ojos
perdidos en algún lugar al que no podemos llegar sin contemplar el dolor
en detalle.


El viejo Chet, el desdentado.
ResponderEliminarQué placer volver a lo que nos gusta.
Emilio Sánchez Pérez
De él vi, no hace mucho tiempo, un reportaje poco antes de morir, su grandeza esta llena de humanidad. Se pude ser genio, como él era, pero humano, y su vida es un claro ejemplo de ello.
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