16.6.11

La parte de la sangre de pato





Una de las mejores formas de cerrar el día es recitando un verso glorioso. Los días en los que uno se acuesta osado prueba con Góngora y sale robustecido del empeño. El recitado íntimo de un poema viene a ser una especie de rezo laico. Hace mucho tiempo que no ensayo la mecánica de las plegarias, pero recuerdo mis años de católico comprometido con la representación de su fe. Algunas oraciones son verdaderos poemas, pero el repertorio es ínfimo si lo comparamos con el catálogo de la bosocsa historia de la Literatura. Mañana he pensado en Gil de Biedma. No hay que convertir estos exabruptos nocturnos en hábito, pero el disfrute es grande: la sensación de estar ejecutando algún ritual antiguo, el previsible ardor semántico en la punta de la lengua, la deleitosa (ay) convicción de que el mundo fue, al principio, Verbo y en las palabras existe y que por las palabras lo sentimos. Quien, no satisfecho con un verso, con un par de ellos o con una valiente estrofa, desee recitar el poema entero, no se prive, no le escamotee placeres al intelecto. Dese un festín de metáforas. Embadúrnese de métrica. Haga bandera de la poesía y concédase el gustazo de pertenecer a una raza en extinción. Cuente a los cercanos en qué se entretiene al cerrar el día o al despuntar la mañana. Por último, no se desanime si la empresa no gana el fervor popular y advierte extrañeza o mofa en quienes confía su ardor lingüístico. En absoluto abandone la causa: esmérese en su gesta, adquiera destreza en la elección de los poemas. Yo he probado con Kafavis en mañanas de verano y resulta tonificante. He probado con Machado en días grises de invierno crudo y he encontrado placeres indescriptibles. Reconozco la dureza de Valente, el poco apresto de los versos de Gamoneda, la muy escasa predisposición fonética de un Vázquez Montalbán. Estos inconvenientes no desalientan la llamada de la poesía. La espolean, en todo caso. Ayer me descubrí recitando unos versos sueltos de Poeta en Nueva York. Un transeúnte me miró cuando pronunciaba la parte de la sangre de pato.
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Instrucciones preliminares:
Coge uno el verso, lo mira antes de recitarlo y finalmente lo expulsa del pecho con trompetería fonética. Hágalo el amable lector y percibirá que el aire penetra más plenamente en los pulmones. Se recomienda que tras el arrebato poético no ofenda su inteligencia viendo la televisión o leyendo alguna lectura atrasada de naturaleza más trivial y negociable. Basta Don Luis. Él solito satisface los deseos más oscuros. Los más perversos. Los más crípticos. Los más humanos. Los más altos. Los más limpios. Una ración de Quevedo es igualmente provechosa. Una de Whitman. Una de Borges. El poema del ajedrez es de una ejecución complicada, pero satisface mucho y deja después la cabeza bien rociadita de engimas teológicos. Eso tampoco es malo para abrir o para clausurar el día.

11 comentarios:

Ana dijo...

Pillo la cosa irónica de tu post, tu alegría por vender la poesía, pero se me hará cuesta arriba, muy empinada, recitar a Góngora al empezar el día. Me va a doler el alma notar que no valgo. En todo lo demás, de acuerdo. Mucho es.

Joselu dijo...

Hubo un tiempo en que comenzaba mis clases de lengua en la ESO (cuarto) con la lectura de algunos poemas a los que dedicábamos unos minutos que, progresivamente se iban alargando. Los chavales pedían más, no sé si porque les gustaba la cadencia poética o porque así se libraban de clase. El caso es que era dificultoso pasar de este espacio poético (Rincón de la poesía) a las actividades normales (morfología del sintagma nominal...)Al final, opté por dejarlo estar. La inmersión poétia no contribuía al buen desarrollo de la clase. En mi lectura más audaz llegué a pensar que la poesía despertaba sus facultades soñadoras, y que luego era difícil aterrizar en la cruel realidad gris de la morfología. Tal vez la explicación fuera otra. Nunca me he atrevido a repetir la experiencia.

Saludos.

Miguel Cobo dijo...

Jaculatoria:

Memoria de tu voz y de tu cuerpo
mi juventud y mis palabras sean
y esta imagen de ti me sobreviva.


En el altar laico que es mi biblioteca tengo una buena colección de breviarios para rezarle al "santo" del día con la incombustible devoción del descreído.

A la paz de Bob Dylan, hermano.

Anónimo dijo...

Entiendo a Joselu a la perfecciòn porque lo he realizado en clase con desigual resultado. Muy bien un tiempo; rutina, cansancio, desinterés, el resto. La poesía es como la religión. O debe aspirar a serlo: un trato con uno mismo, una fuente interna de placer. A veces no se puede comunicar ni se puede trasladar fuera de su frágil envoltorio. Un saludo afectuoso.

Carlos Murcia

Anónimo dijo...

Añado a lo anterior: qué buena página, sr. Calvo de Mora.

Carlos Murcia.

Jorge Ceballos dijo...

Leí poesía como si me fuese la vida en ello y todavía la leo con apasionamiento, pero no sé si la poesía es material vendible en una escuela, con la juventud sorbida por los ordenadores y por los videojuegos, emperrada en facebooks y en twitters. Lo que comenta Joselu es muy aleccionador. No se puede, es mi humildísima opinión, de alguien que no está en la enseñanza (soy abogado de profesión) enseñar poesía en este mundo porque las tentaciones digitales se están comiendo el hábito de la lectura, y más concretamente el de la lectura de poesía.
Abro debato. Un saludo a todos.

Juande Piedra dijo...

La poesía es un incendio del alma.
Góngora quema bien, pero bien.
Kafavis es una herida más rápida, pero duele igual. Mi ardor favorito es Lorca. No puedo evitarlo. No quiero!
Excelente post.

Anónimo dijo...

Soy de novela y me encanta lo que la novela ofrece. No he sabido todavía disfrutar de un poema, aunque aprecio la belleza de la prosa escribe con texturas poéticas, y sé bien que es difícil matrimoniar lo narrativo con lo solo poético. No sé quien es Kavafis, por ejemplo. Terrible, imagino. Novelas he leído más de las que me puedo acordar. Y no cesaré hasta que me muera. Un saludo norteño.


José Andrés Espejo Sáncheza

Kyrias dijo...

Kavafis marcó mi bautizo poético y el poema del dios abandonando a Antonio.
Luego vendrían la otra alta poesía, y no soy capaz de vivir sin ella.
Mi colección de libros es soberbia. Sin modestia.
Todo lo que sea defenderla contra la brutalidad de la realidad me parece loable.

Juan Herrezuelo dijo...

Desde enero, noche sí noche no, le recito (que es casi rezar en diminutivo) al dios del talento unos versos de Antonio Gamoneda, por ejemplo éstos:

"Es la ebriedad de la melancolía; como acercar el rostro a una rosa enferma, indecisa entre el perfume y la muerte"

Y me dejo dormir confiando en que el sueño tenga un mejor sentido poético, hecho éste que me es imposible confirmar pues rara vez recuerdo alguno al despertarme.

Un saludo.

Emilio Calvo de Mora dijo...

todos, de alguna forma, rezamos.
Da lo mismo qué plegaria usemos.
Se reza al hablar con uno mismo. En plan Machado. Recitar a Keats o a Leonard Cohen. Yo tenía un amigo (tengo, aunque no lo vea casi) que escuchaba a diario Suzanne, la pieza de Leonard Cohen. No había mañana que no la pusiera. Decía que le hacía empezar bien el día. La religión es, en cierto modo, un confort espiritual, un punto de partida. La poesía lo es también. Sustituye a la fe o la refuerza. Están las dos ahí, compitiendo en metáforas. En tramas poéticas. Un abrazo a todos. Me encanta escribir, que se me lea. Pero más todavía ver comentarios como éstos... Abrumado.

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