7.3.10

Te estoy avisando...







Ayer oí gritar al gentío del bar de al lado de casa cuando Van der Vaart metía el gol definitivo, el que hacía líder al Real Madrid en la liga de fútbol. El entusiasmo que exhibían sólo era comparable al que exhiben los niños cuando juegan. Era, oído, en la distancia, mayor y de más alcance. Peter Pan estaría contento si los viera brincar, desencajarse, desocupar la rigidez de los gestos con la que algunos sobrellevan la semana y que en goles de Van der Vaart, pongo por caso, se convierte en júbilo facial, en estiramientos totales. Lo único que diferencia al hincha reconvertido en niño y al niño convertido en hincha es que el adulto muta en psychokiller urbano cuando su equipo pierde y el niño frunce el ceño, le da al semblante el necesario (y pedido) tono adusto y ahí acaba el dolor. El yo infantil construye su personaje a través de estas exhibiciones adultas: estoy acostumbrado a ver a niños en patios de colegio y en plazas de barrio teatralizar la alegría como lo hacen sus ídolos en un campo de fútbol. Demuestran lo felices que están y lo buenos que son en lo que hacen al modo en que lo hacen esos ídolos. Y se enfandan igual que ellos. Están perdiendo la inocencia al tiempo que, en el juego, adoptan el patrón psicológico que le enseña la televisión. Todos son Cristiano Ronaldo. Todos son Messi. Nadie quiere ser Peter Pan. Violeta Parra lo tenía muy claro: volver a los diecisiete, qué difícil.

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6 comentarios:

Isabel Huete dijo...

Escucho desde que empecé a tener uso de razón que con la edad perdemos la inocencia, la limpieza en la mirada, la fe en la humanidad, la nobleza, el deseo del juego... Pues yo no siento que eso me haya pasado, quizá porque me he pasado la vida luchando para que no sea así y, sin embargo, no creo tener el síndrome de Peter Pan porque he sabido asumir mis responsabilidades. Hay que reivindicar y preservar todo eso que decís los que ¿no creéis en casi nada?
Creo que sí podemos volver a todo eso mientras estemos vivos.
Besitos, hombre descreído.

Emilio Calvo de Mora dijo...

Descreer a veces es simplemente una coraza.
Uno descree porque así está en el mundo. Soy de los que piensa que en el descreimiento, que no en la falta de fe en algunas cosas y en algunas personas, se vive mejor porque se vive alerta, en guardia, en continuo estado de recepción del asombro. Vivir en el asombro continuo, vivir en la experiencia también, Isabel. No dudo que hayas luchado. Se desprende eso leyendo, viendo tu página, ya que no tengo la suerte de conocerte y saber así, cara a cara, esto en primera persona. Besos grandes, mujer valiente.

Ramón Besonías dijo...

Hola, crápulas de la red.

La inocencia. Ese término no existiría si no creciéramos. Define más lo que se perdió en la tormenta, que lo que rescatamos.

Un saludo.

P.D.: Tengo un artículo nuevo, por si os queda ganas:

http://lamiradaperpleja.blogspot.com

Alex dijo...

Rousseniano soy por convicción. Siempre he dicho (es un hecho) que me entiendo mejor con los niños que con los adultos. Gran parte de mí sigue sin querer crecer. Decía Ray Bradbury que Peter Pan era un hijo de puta irresponsable. Y yo pienso que tu única responsabilidad es mantener toda la inocencia que puedas abarcar.

El hincha de fútbol es gestual y oralmente violento. Cuando su equipo marca un gol busca al hicha rival con la mirada y le dedica un sonoro: TOMA!!! Nunca lo he entendido. El juego (bello juego) dejó paso hace mucho tiempo a las rencillas individuales y a la violencia (de cualquier tipo) más pura.

Luego están los que disfrutan del juego sin más. Los excluídos, vamos.

Pedrodel dijo...

"Viejos achicaos". Las mamás los visten de mayores, pero con ropas en miniatura.
Ahora, encima, ven telenovelas infantiles. Parece ser que hay una titulada "Patito feo" que tiene a las niñas de mi clase (7-8 años) locas. Me cuenta esta tarde una madre que es un folletín.
Lo dicho, me estoy haciendo mayor.

Emilio Calvo de Mora dijo...

Sólo es nuestro lo que perdimos, escribió Borges. La inocencia va en cabeza de la lista de pérdidas. Volvemos de vez en cuando, a ráfagas, en plan tímido, por si nos gusta y nos apetece quedarnos otra vez dentro. La vida no permite, lo siento, Isabel, relajarse. En cierto modo, llevas razón tú y en cierto modo la llevo yo. Descreer es un síntoma de inteligencia, y también de cobardía. En fin, amigo Ramón, ahí andamos en la tormenta, batallando.

Se entiende uno bien con los niños. Es mi oficio, como sabes. A veces se ponen lúcidos y te dejan k.o. Inocencia pura, sin contaminar, pensada para señalar las asperezas y los miedos del mundo terrible de los adultos. Es que es terrible, Alex, muy terrible a veces.

Tendrás tanto que contar, amigo Pedro. Eso que te ha pasado hoy es un capítulo. Un libro puedes montar. Te hago el prólogo. A ver quién te lo edita. Material tenemos... Un abrazo.

Un aforismo antes del almuerzo

 Leve tumulto el de la sangre, aunque dure una vida entera su tráfago invisible.